PCV. — Pregunta breve de respuesta amplia, quizás inabarcable o inexistente.
Mientras algunos ligan la Modernidad al esfuerzo del individuo por alcanzar la mayoría de edad —el Sapere aude kantiano del siglo XVIII—, otros retroceden en la línea de tiempo y celebran el antropocentrismo humanista del Renacimiento. Si en la primera opción acudimos a Kant y su respuesta a la pregunta de “¿Qué es la Ilustración?”, para la segunda observamos el Discurso sobre la dignidad del hombre, de Giovanni Pico della Mirandola.
La historia ha ensayado algunas propuestas. En el siglo XIX el suizo Jacob Burckhardt situó el inicio de la Modernidad en el Renacimiento —el triunfo de la luz por sobre la oscuridad medieval—, y, específicamente, en Italia.
Ya en el siglo XX el investigador Serge Gruzinski y el multifacético Tzvetan Todorov —Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008— apostaron por el descubrimiento de América, el contacto entre dos mundos, como el origen de lo moderno.
El historiador estadounidense Jacques Barzún, a punto de cumplir 101 años, abordó una idea matriz en su monumental Del amanecer a la decadencia. 500 años de vida cultural en Occidente: la Modernidad comenzó con una revolución y, para él, ésta era la revolución religiosa iniciada por Martín Lutero en el siglo XVI.
Como fin de estas propuestas concisas tenemos un punto intermedio entre la filosofía y la historia. Stephen Toulmin postula dos orígenes de la Modernidad: uno humanista-literario, personificado en Michel de Montaigne y su escepticismo clásico, y otro científico-filosófico, encarnado en la búsqueda de la certeza de Descartes.
¿Qué es la Modernidad? ¿Alude a una atmósfera social, un curso distinto en los eventos humanos, un estadio del pensamiento? ¿Es una ilustración, un renacimiento? ¿Se puede fechar? ¿Ya se acabó? ¿No empezó nunca? Son interrogantes para un debate abierto.