PCV.—Imbuidos de un espíritu patriotero, en Cosmópolis damos inicio a una serie de artículos para revisar Las Grandes Alamedas: El Chile post Pinochet, del cientista político Patricio Navia, un libro que —como un espejo— revisa el ayer y hoy de nuestro país a la luz de determinados fenómenos: la participación electoral, la fortaleza de la democracia, la pobreza, la desigualdad y el crecimiento. Porque el mes de la patria no sólo es chicha y empanada: es también una oportunidad para mirarnos retrospectivamente: lo que fuimos, somos y queremos ser.
1. De las concepciones y prácticas democráticas
En el libro Las Grandes Alamedas, Patricio Navia plantea que el Chile construido después de la dictadura de Pinochet es radicalmente distinto al Chile anterior a 1973. Eso sí, aclara que su postura ve estos cambios como beneficiosos y prepara su argumentación para desmitificar la sociedad pre-Pinochet, beatificada por algunos sectores e idealizada, de alguna manera, por los Informes de Desarrollo Humano producidos por la oficina nacional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, desde mediados de la década de los 90. El mito pre 73 es, por tanto, la principal barrera que Navia quiere derribar puesto que «el Chile de antes era mucho menos cordial y amable para la mayoría de sus habitantes que lo que evocadoramente nos quieren hacer creer algunos»[1].
El análisis de Navia se enfoca en la construcción del mito del Chile pre 73. El momento en que éste sale con más fuerza es a fines del siglo XX cuando el país recién frenaba su desarrollo económico después de 15 años de crecimiento ininterrumpido. El sentimiento de añorar el pasado se incubó, pese a las buenas expectativas que se vaticinaban, al interior de la Concertación (el sector autoflagelante), criticando las falencias del modelo y el escaso desarrollo de capital social, al mismo tiempo que, en la elección presidencial de 1999, se perdió la mayoría absoluta de las elecciones anteriores. El modelo heredado de la dictadura era el legado de Pinochet y, por lo tanto, debía ser sometido a regulaciones que lo ayudasen a desmarcarse de su pasado, a través de, por ejemplo, una intervención más activa del Estado.
Navia arguye revisando cuatro aspectos que han cambiado en su esencia. En primer lugar, la economía, en cuarenta años, se expandió en un 500% mientras la población solamente se duplicó, lo que permitió reducir drásticamente la pobreza. En segundo lugar, la mortalidad infantil se redujo de cien niños muertos por cada mil nacidos vivos en 1960 a menos de diez niños muertos por cada mil nacidos vivos en el 2000. La educación, en tercer lugar, mejoró ostensiblemente los niveles de alfabetización y del 0,8% de la población que asistía a la universidad en 1970, se pasó al 2,7% en 1997. Y en cuarto lugar sitúa la inflación como un fantasma del que la sociedad chilena ya se ha liberado, en especial la clase media y la media baja, las más afectadas por este flagelo económico.
Para desmitificar el Chile pre 73 y acallar las críticas al modelo actual, el autor alude a los proyectos revolucionarios desarrollados en el país a partir de la década de los sesenta. «De no haber existido insatisfacciones –dice-, hubiera sido innecesario buscar dichos cambios (a las falencias que presentaba el modelo en esos tiempos)»[2]. Con esto, Navia sostiene y reafirma su postura que califica a ese Chile de antes como el de la exclusión, donde la única certeza que había para la población es que si habían nacido pobres, morirían pobres probablemente.
Sin embargo, el principal mito que el autor desmiente es aquel que alude a la alta participación electoral y a la conducta cívica admirable del Chile anterior, sensación exacerbada por los altos niveles de polarización registrados a fines de los sesenta. En concreto, el autor afirma que los datos y la evidencia indican que la participación electoral era más baja que lo que la época de conflictos referida ha instalado en el imaginario colectivo.
La última elección presidencial previa a Pinochet fue la de Allende, en 1970, y sólo registró un 56,2% de participación (del total que podía sufragar) Esto se agudiza al constatar que fue un descenso respecto a la elección de Frei (61,6%). Contrastado con esto, en 1988, el año del plebiscito, votó un 89,1% de los inscritos en los registros electorales (aunque Navia sabe que se trata de una excepción) y sólo en diciembre de 2001, para las elecciones parlamentarias, «la tasa de participación electoral cayó por debajo de la observada en las parlamentarias de 1973»[3]. Es decir, a partir del retorno a la democracia, con la definición plebiscitaria, la participación de la ciudadanía comenzó a declinar como era de esperar, aunque siempre para las definiciones presidenciales la tasa fue mucho más alta. El proceso electoral tiene más interés –apunta Navia- cuando hay más cosas en juego, en comparación con los procesos municipales o parlamentarios. Así, en la segunda vuelta de la elección entre Lagos y Lavín, un 90,5% de los inscritos acudió a las urnas, lo que constituye una participación casi absoluta.
Es incuestionable la veracidad de las cifras; la participación electoral en el Chile pre 73 no era un ejemplo de actitud cívica ni nada parecido. No obstante, Navia no incorpora en su análisis algunos aspectos que grafican el itinerario de la democratización iniciada a mediados del siglo pasado que comienzan a suprimir la exclusión característica de Chile durante todo el siglo XX.
En primer lugar, las mujeres sólo obtuvieron el derecho a voto en 1949, ampliando el padrón con el voto conservador que aportaban. Segundo, la Ley de Cédula Única puso fin al cohecho y garantizó la legitimidad y el secreto del sufragio. Y, por último, se rebajó la edad para votar de 21 a 18 años, ampliando el universo electoral como nunca en las décadas previas. Sin embargo, el autor reconoce esta democratización y, al mismo tiempo, cree que no alcanzó a ser plena y completa al momento del quiebre en 1973, contribuyendo, en parte, a generar el mito analizado.
Volviendo a las elecciones más recientes, y reconociendo que pese a los profundos cambios sociales las preferencias electorales se han mantenido constantes, Navia señala que la división Si/No del plebiscito es la que ha regido todas las elecciones posteriores. Entonces, ¿por qué todavía no podemos superar el conflicto democracia dictadura? Porque el 80% que participa hoy en las elecciones es el mismo del 5 de octubre de 1988. En otras palabras, el padrón electoral está envejecido, los jóvenes no se han inscrito –unos dos millones de la Población en Edad de Votar- y esto ha mantenido las posiciones políticas del electorado prácticamente inalteradas.
Según Navia, de acuerdo a la Constitución de 1980, el sistema electoral, denominado binominal porque elige a dos parlamentarios por distrito, ha consolidado un duopolio político formado por la Concertación y la Alianza, donde cada coalición tiene muchas posibilidades de obtener un escaño por distrito, con pequeñas variaciones. Es decir, el doblaje necesario para ganar los dos cupos es tan costoso, que los partidos se han acostumbrado a ganar sin expectativas de doblar la votación de los oponentes.
Además, los actores políticos de la elite gobernante y opositora son los mismos desde hace tres décadas, o más, y su manutención es un factor que ha determinado la añoranza del Chile pre 73 y la división Si/No que ha caracterizado a la política nacional.
¿Qué propone el autor ante esto? En sus términos, la principal amenaza para el clivaje Si/No es el derrumbe de las barreras de entrada al sistema de votación. El primer cambio consiste en disminuir las trabas de incorporación, esto es, promover la inscripción automática y el voto voluntario. El segundo se basa en una reforma al sistema electoral que acabe con las certezas del duopolio establecido durante los noventa. Sólo así la participación adquirirá la relevancia de los niveles de 1988, cuando el triunfo electoral para ambos polos era incierto.
La política hoy en día no promete cambios ideológicos importantes. Los discursos y las promesas electorales difieren en los aspectos más ínfimos. La elección de 1999 revivió la división dictadura democracia. Y, en ese sentido, el análisis y las propuestas de Patricio Navia son atendibles. El clivaje Si/No debe pasar al olvido si la derecha política desea desligarse de su pasado junto a la dictadura. El concepto histórico de la derecha en Chile no puede ser extrapolado a la derecha de hoy, aunque tal cambio es muy difícil de aceptar puesto que son los mismos rostros de antaño quienes figuran en las altas cúpulas y la renovación de figuras no ha sido más que un efecto cosmético sin injerencia real que no evita que muchos de aquellos que votan miren al pasado de la derecha y se topen con la condenada figura de Pinochet.
Y esto ocurre de igual forma con los próceres de la Concertación que iniciaron su participación política en las décadas de los 60 y 70. Para ellos, el golpe militar fue, valga la redundancia, un golpe traumático, que coadyuvó a resignificar sus posiciones políticas, a reconocer el fracaso del proyecto de la izquierda y a despolitizar a la población una vez que se logró el retorno a la democracia, proceso que estuvo marcado, para ellos, por el fantasma del quiebre de 1973.
El sistema binominal que ha proporcionado estabilidad a nuestro escenario político, dejando en el olvido los tres tercios, no ha podido, sin embargo, garantizar que las minorías logren representación. La búsqueda de equilibrios ha dado paso al duopolio mencionado por Navia, excluyendo a todos aquellos sin el peso político y sin las alianzas necesarias para querer aspirar a un escaño en el parlamento.
Empero, la discusión que se ha iniciado en torno a la reforma del sistema electoral debe considerar los riesgos que provocó en el pasado el fraccionamiento del poder que nos llevó a convivir con tres tercios parejos irreconciliables, sin vocación de alianza y enfrentados ideológicamente. Enfrentamiento que fue detenido de golpe el 11 de septiembre de 1973.
[1] Navia, Patricio; Las Grandes Alamedas: El Chile post Pinochet (Santiago: La Tercera-Mondadori, 2004), p. 50
[2] Navia, Patricio; op. cit., p. 67
[3] Navia, Patricio; op. cit., p. 87
creo que Chile no dejará de ser Si/No politicamente hablando, hasta que las figuras e ideas añejas se eliminen y los politicos se vean bajo la presion de las miradas de aquellos que exponencialmente despiertan a la necesidad de saber lo que está pasando tras las puertas del congreso.
Necesitamos politicos que piensen en el país y no en sus negocios!
Necesitamos que la derecha no siga avalando la dictadura como lo ha hecho, permitiendo homenajes a asesinos y terroristas.
Necesitamos personas con criterio y sin pasado extorsionable!!!
Que la politica deje de ser un tabú que solo algunos hablan.