PCV.– Raro es que para las Fiestas Patrias no celebremos la declaración de independencia, que ocurrió el 12 de febrero de 1818. Esta última fecha sí se conmemoraba, mucho tiempo atrás, en la primera mitad del siglo XIX, cuando la República nacía al son de las balas, los ensayos constitucionales y el autoritarismo portaliano. En su libro ¡Chile tiene fiesta! (Lom, 2007), la historiadora Paulina Peralta identifica tres fechas en disputa: la primera junta de gobierno (18 de septiembre de 1810), el 12 de febrero de 1817 y 1818 (Batalla de Chacabuco; declaración de independencia) y el 5 de abril de 1818 (Batalla de Maipú).
¿Por qué en 1837 optamos por la primera? Quizás por razones políticas: olvidar los triunfos de O’Higgins. También económicas: ¡no hay erario público, en esa época, que financie tres fiestas patrias! Pero la pregunta sigue ahí: ¿por qué la primera junta de gobierno, una reunión de vecinos ilustres que dieron apoyo al monarca español secuestrado por Napoleón? ¿Celebramos una iniciativa republicana, independentista, autonómica? ¿O es porque el hito antecede en siete, ocho años a los verdaderos eventos del origen de nuestro país y le da legitimidad, antigüedad y abolengo?
¿Qué celebramos estas Fiestas Patrias?
¿Celebramos a Mateo de Toro y Zambrano y cía, juntos en defensa de la corona de Fernando VII? ¿A Carrera, Rodríguez, O’Higgins? ¿El triunfo en las batallas entre chilenos-argentinos y españoles? ¿La Aurora de Chile, el primer panfleto de producción nacional? ¿La Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional, el Congreso Nacional, todos germinando en estas fechas?
¿Celebramos el corto periodo de ensayos constitucionales (o de anarquía como dicen otros)? ¿A Manuel Blanco Encalada, el primer presidente chileno, pero que era argentino, del Río de la Plata? ¿A pelucones y pipiolos? ¿A Portales con su estanco, con su epistolario aterrador y fascinante, a su «peso de la noche» que tanta tranquilidad y orden le trajo a la nación? ¿A la Constitución de 1833, la más longeva de nuestra historia, que funcionó como presidencialista y parlamentarista?
¿Celebramos a la Universidad de Chile (1842), cuna del desarrollo educacional chileno? ¿A Andrés Bello, su primer rector, un intelectual de peso, pero que era venezolano y ex funcionario colonial, y que decía que la única patria «es la ley»? ¿A la educación de hombres y «señoritas»? ¿A la férula que azotaba y disciplinaba?
¿Celebramos los triunfos militares, las «glorias del ejército»? ¿El triunfo contra peruanos y bolivianos por partida doble, en 1839 y en la década de 1880? ¿La toma del Morro? ¿El hundimiento de la Esmeralda? ¿Al ejército siempre triunfador? ¿A los héroes de la Concepción? ¿A los caídos en Antuco?
¿Celebramos la tradición? ¿El Te deum ecuménico? ¿El traspaso de la banda? ¿La piocha de O’Higgins? ¿El 21 de mayo? ¿La Parada Militar? ¿La arquitectura, lo urbano? ¿La apertura de La Moneda? ¿La construcción de estadios, carreteras y ‘Costaneras Centers’? ¿Las inconexas ciclovías? ¿Las descuidadas y silenciosas bibliotecas, los cafés literarios?
¿Celebramos el nacimiento y desarrollo de las letras criollas? ¿Fue Alonso de Ercilla, con su Araucana, el primero? ¿O es mejor leer a Blest Gana y su Martín Rivas? ¿A los novelistas? ¿Qué pasa con los poetas? ¿Huidobro, Neruda, De Rockha, Parra, Lihn? ¿Y la Mistral, que hoy aparece sonriente en un nuevo billete de cinco mil pesos, pero que recibió el Nobel de Literatura antes que el Premio Nacional, y que vivió alejada de su terruño, legando todo a su amiga estadounidense? ¿A Bolaño, que hoy es libro de cabecera de la elite cuando antes era un desconocido que vivió en México y murió en Blanes, un pequeño pueblo al sur de Barcelona?
¿Celebramos al hacendado o al peón? ¿Al siútico de Óscar Contardo o al roto de Joaquín Edwards Bello? ¿Al bajo pueblo -como le llama Gabriel Salazar- o a la casta política y dirigente de los designios del país? ¿Al empresario, al capitalista? ¿A los nuevos ricos y a los eternos pobres? ¿A los pokemones, emos, visuals, punkies o raperos? ¿Al mamón y al nerd, al bacán y estiloso? ¿Al curadito del Parque O’Higgins, el mismo que sale todos los años en la noticias, con la caña de una buena celebración, con el sudor etílico por la patria?
¿Celebramos la prensa nacional? ¿El Mercurio, La Nación, El Diario Ilustrado, La Tercera de la Hora? ¿A los que han sobrevivido, a los que han desaparecido? ¿La prensa ideológica, de trinchera, el periodismo libre y dialogante, fiscalizador del poder? ¿O a la prensa de farándula, enredada en chismes, comentando la portada de Las Últimas Noticias? ¿A nuestros noticiarios de televisión, al culto por el instante, al ver para creer de Santo Tomás? ¿A la radio que acompaña, a la música que transmite, a la palabra que comunica?
¿Celebramos el deporte que nos une, por 90 minutos o en cinco sets? ¿Al Chino Ríos, que hablaba poco, que fue número uno y que «no estaba ni ahí»? ¿A González, de buena cuna, de resultados constantes? ¿A Massú, Capdeville, Silberstein, Podlipnik, todos con apellidos tan poco chilenos? ¿A Zamorano Zamora, Iván Luis, que hablaba con acento español; a Salas Melinao, el descendiente de griegos, al de pasado helenístico? ¿A la Roja de todos que cuando gana nos alegra y cuando pierde nos deprime? ¿A la marraqueta más gorda y sabrosa del triunfo colocolino? ¿A nuestros hitos futbolísticos? ¿El tercer lugar el 62, la Libertadores del 91? ¿A Bielsa, a quien preferiríamos decirle «pibe, sos un monstruo» por lo muy argentino y dedicado que es?
¿Celebramos la cueca, la cumbia o el reggaetón? ¿Un esquinazo bien chileno o un perreo bien espontáneo? ¿La Nueva Ola, el Rock del Mundial, a Lucho Dimas y Cecilia? ¿El Festival de Viña, que partió como kermesse comunal y creció y creció para convertirse en el engendro que es hoy? ¿A Los Prisioneros, con sus peleas, hits y polémicas? ¿A la canción de protesta o a la balada romántica? ¿A la música comprometida, poética, aburrida y lenta, o a la producción comercial, rítmica, capitalista y alienante? ¿Al rock andino de Los Jaivas, elogiado, nunca superado, o expresiones detestables como Lulu Jam?
¿Celebramos la Teletón, a Don Francisco? ¿Al cómputo final o a los codazos de las figuras? ¿A la causa noble o al show mediático? ¿A la generosidad de las empresas o al oportunismo de las mismas? ¿A la solidaridad comprometida del Padre Hurtado o a la caridad de la limosna? ¿A una iglesia conservadora en lo sexual y progresista en lo social?
Suma y sigue… todo y nada al mismo tiempo. ¿Qué celebramos, Dios? ¿Qué diantres celebramos?
Quizás deberíamos preguntarnos la razón de esta fiesta. ¿Debiera ser el 18 de septiembre? Cuando la junta de Gobierno no fue más que un acto de lealtad a un rey al otro del continente y no propio de la Independencia.