
PCV. — A mediados del siglo XV, Lorenzo Valla, el italiano que puso en entredicho la donación de Constantino al papado romano gracias a sus habilidades filológicas —que le permitieron comprobar la falsedad de los documentos—, defendió un retorno a la lengua de los padres, de los antiguos, de Virgilio, a la máxima expresión de la grandeza de antaño. «Nuestros antepasados —decía en alusión a los romanos en su De elegantia linguae latinae [Elegancias de la lengua latina]— aventajaron a los mortales en hazañas y en alabanzas. Pero en la difusión de su lengua se superaron a sí mismos (…) Esta lengua, finalmente, hizo que ya no se les pudiera llamar bárbaros».
Este retorno era imperioso, decía Valla, pues el latín, tal como una pintura expuesta al paso veleidoso del tiempo, se había corrompido y deteriorado.
Lo que pasó después fue más que un deterioro: hubo un abandono. Cuando la Iglesia Católica prescindió del latín en las misas, a mediados de 1960, esta lengua inició un declive lento, pero agonizante. En Estados Unidos fue obligatorio en los colegios públicos como modo de aprender gramática, pero en esa misma década cayó en desprestigio entre el estudiantado.
Hoy, en el 2008, Valla estaría, literalmente, en su salsa. En tiempos donde lo rápido e instantáneo fulminan el pasado, las tradiciones y, especialmente, la lengua, el latín, el lenguaje de Cicerón, el tronco de las raíces de la medicina y la ciencia, el idioma del catolicismo hasta bien entrado el siglo XX —aún lo sigue siendo en determinadas materias—, parece volver de la muerte. Un renacimiento, como el de hace más de quinientos años, le ha entregado nuevos impulsos vitales.
La pintura del latín —usando la metáfora de Valla— tiene nuevos restauradores. Las cifras que manejamos son del país epicentro del crack financiero actual. En la década de 1970 sólo 20 mil escolares estudiaban latín. Casi 30 años después eran 101 mil y este año se superó el número: 124 mil estudiantes. Además, se especula que podría arrebatarle al alemán el tercer lugar de lenguas enseñadas en escuelas públicas.
Algunas explicaciones de este renacimiento: nuevos métodos de enseñanza (aprender el latín en la vida cotidiana), prestigio y reconocimiento social (suena bien en el currículum vitae, [otra herencia latina]) y, un elemento polémico y sujeto a debate, la influencia de Harry Potter —sí, leyó bien— con sus fórmulas mágicas expresadas en latín y con traducciones a esta lengua de sus dos primeros libros.
Son varias las preguntas a partir de este nuevo escenario: ¿Es erróneo hablar de lengua muerta en este caso? ¿Tiene utilidad el latín en nuestra cotidianidad? ¿Y el griego, también sería símbolo de estatus? Finalmente, ¿qué pensaría Valla de todo esto? Al final de este artículo se me viene a la mente una frase —quizás la única— que recuerdo en latín, y que memoricé hace tiempo de un libro rojo, desvencijado y cuyos bordes dorados eran el resplandor de su contenido: «Non in solo pane vivit homo» («No solo de pan vive el hombre»).

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