Son las promesas de un arte muchas veces estereotipado. Devotos de Chopin, Debussy y Bach -como también del jazz, de Radiohead y Los Jaivas-, los estudiantes de piano buscan, sin distinción, revalorizar la esencia de su disciplina: la interpretación en vivo.
Patricio Contreras Vásquez
En 1971, la pianista chilena Flora Guerra Vial -una concertista trotamundos- fue condecorada con la Orden al Mérito en Polonia, cuna de origen del pianista romántico Federico Chopin, nacido en Zelazowa Wola en 1810. En 1990, diecinueve años después, Guerra fundó la Sociedad Federico Chopin de Chile, instancia creada para difundir la obra del compositor polaco y, fundamentalmente, para estimular la carrera pianística de jóvenes talentos.
Este año, bicentenario del natalicio de Chopin, la Sociedad ha organizado diversas actividades (ver recuadro). Para saber qué piensan, viven y escuchan los cultores de un oficio muchas veces estereotipado, «Artes y Letras» conversó con algunos de los pianistas que participarán en los conciertos programados.
Espíritus liberados
Afirma el músico y escritor Jeremy Siepmann que durante el siglo XVIII, centuria de nacimiento del piano, la mayoría de las mujeres que tocaban este instrumento tenían alguna discapacidad (Theresa Von Paradis) o eran «lisa y llanamente feas». La talentosa Josephine Aurnhammer adolecía de lo último, al extremo que Mozart -quien le escribió su Sonata en re para dos pianos- declararía: «¡Uf!, ¡da miedo verla! Si un pintor quisiera retratar al diablo en persona, elegiría su rostro. Tan horrible, tan repulsivo, tan sucio…».
Puede que la cruel sentencia de Mozart se haya arrastrado por décadas, pero hoy sólo engrosa el cúmulo de ideas preconcebidas que ensombrecen el ambiente del pianista, un personaje caricaturizado -como muchos músicos clásicos- por una soledad perturbadora, el ensimismamiento en su arte, la excentricidad o el aburrimiento. Quizás el australiano David Helfgott, inspirador de la película «Shine» (1996), sea de los pocos paradigmas de este molde.
Stefanie Vial (22) vive en La Serena y toca piano desde los siete años. No responde a ninguno de los convencionalismos que se podría tener de una intérprete que a temprana edad practicaba el silabario escribiendo «Quiero ser pianista» en papeles lustre. «Era algo que me nacía», asevera. «En realidad fue extraño, porque nadie en la familia de mi papá o de mi mamá es músico. Ni siquiera hay un piano en la casa de mi abuela».
La falta de herencia musical en su familia también la comparten Daniel Saavedra (21) y José Contreras (21), estudiantes de piano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Ambos son tutelados por Elisa Alsina, pupila de Flora Guerra. La única vinculación de Daniel con la música fue el coro de su colegio. José, en tanto, recuerda haberse inspirado por una película de Jerry Lee Lewis, pionero del rock estadounidense. El primero toca desde los once años; el segundo, desde los nueve.
Existen comienzos precoces y otros tardíos. Pablo Terraza (26), estudiante del Instituto de Música de la Universidad Católica (IMUC), comenzó a tocar recién a los 16 años, edad en que, acercándose a nuevos sonidos -como The Beatles y The Who-, sintonizó con la música clásica. Esto lo ha marcado, al punto de notar las facilidades que tienen sus compañeros que aprendieron antes.
En cambio, Rosa Vergara (25), compañera de Pablo, toca piano desde los cinco años. «Mi papá consideraba que era el instrumento más completo», enfatiza. «A mí me encanta el piano, mucho más que otros instrumentos. Pero más allá de la cosa racional, me gusta su sonoridad, las posibilidades que tiene».
Con leves matices, estos pianistas representan aquellos «espíritus liberados» que, como un deportista -o, incluso, un religioso-, definieron su vocación cuando sus coetáneos aún disfrutaban su mundo adolescente. Etapas, por lo demás, distantes de las decisiones importantes de la vida.
Renuncias musicales
El compositor impresionista Claude Debussy (1862-1918) nació en el seno de una familia pobre. Sin embargo, gracias al apoyo de sus padrinos, a los diez años logró entrar al Conservatorio de París. De ahí en adelante desarrolló su fina música, fuertemente influido por la literatura de Baudelaire, Verlaine y otros.
Debussy llevó una vida de goces y de lujos, disfrutó de la fugaz compañía de las mujeres e hizo del hedonismo su modelo de vida. Una mezcla, escribió Siepmann, de «Gargantúa» y «refinado». Sus placeres y ostentaciones, empero, no venían de su bolsillo, sino que del dinero ajeno. Sufrió lo de Franz Schubert: no la falta de recursos monetarios, sino la pericia y oportunidad para consumirlo.
«La gente se pregunta de qué vas a vivir si eres músico, pero la verdad es que sí hay posibilidades. Probablemente no vas a tener el mismo nivel que un médico o un ingeniero, pero se puede vivir», dice Sebastián Arredondo (22), quien reconoce que si bien su afición por el piano fue decisión personal, igual significó renuncias. Tenía buenas notas en el colegio y quiso estudiar medicina como su padre, pero se decidió por el piano. Stefanie Vial también recibió comentarios así: «Yo en el colegio tenía buenas notas y mis profesores me decían por qué no estudiaba otra carrera. Estaba el convencionalismo de ‘te vas a morir de hambre estudiando música’, un pensamiento retrógrado».
Ambos rechazan la imagen romántica del intérprete de piano, pobre y ermitaño. Y salvo José Contreras y Daniel Saavedra, devotos de lo clásico y escépticos de la posibilidad de sumergirse en otro estilo musical -«se necesitarían dos o tres vidas», afirma Contreras-, los gustos de estos pianistas no se reducen a la música docta.
Rosa Vergara se declara seducida por el jazz y por grupos como Los Jaivas e Inti Illimani. «Me encantaría tocar jazz -afirma-, pero siento que son dos lenguajes tan complejos y demandantes que me complicaba hacer las dos cosas en paralelo.» José Tomas Moscoso (25), también del IMUC, reconoce su interés en la fusión de sonidos. «Para allá va mi interés. La formación que te da la escuela clásica es un peldaño muy sólido en cuanto a sutilezas».
Camilo Gouët (22), otro compañero de Rosa y de José Tomás, es un intérprete que ha cruzado a la vereda opuesta, experimentando con sintetizadores y la música electrónica. Reconoce escuchar desde Radiohead -un grupo que se repite en las menciones espontáneas de los consultados- hasta música clásica contemporánea. «Van de la mano. Puedo escuchar Metallica y después escuchar Chopin y no me causa nada». El recelo decimonónico por lo masivo no es tema para él.
Intelectualizar la música
La temporada pianística que organiza la Sociedad Chopin de Chile se ha erigido como una de las escasas instancias, con conciertos gratuitos, para el derroche de talento joven. Sin embargo, la asistencia a estas presentaciones nunca es apoteósica, y los intérpretes saben que, salvo amigos y familiares, la juventud -sus pares- no comulga con esta vertiente musical.
«Yo creo que no se ha dado el contexto para que se interesen», argumenta Natalia Marré (22), alumna de Liza Chung en el IMUC, al explicar este fenómeno de desafección, gatillado por la irrupción del MP3 y la música como acompañamiento antes que como fin. «No creo que no les guste. Lo ven como algo alejado de ellos y, por lo mismo, por el temor a no entender o sentirse ignorantes; en cierto sentido, se alejan para no caer en eso. Es falta de acercamiento».
Rosa Vergara cree que todos los niños deberían tocar un instrumento. «Crea un mundo interior súper sólido: la relación con el instrumento, las horas de intimidad con él. Eso por un lado. Y después disciplina, rigor, responsabilidad, orden mental, orden lógico». En esta línea, la consolidación de las orquestas juveniles, dice Stefanie Vial, cambió el foco popular. «Ha sido en base a este movimiento de orquestas que se abrió a todos los sectores sociales, porque también era difícil imaginar a un niño de escasos recursos que pudiese estar tocando un chelo».
«Hoy en día -agrega José Contreras- el concierto está un poco decaído por el tema de las grabaciones, del video, e internet. Siempre nos llega todo de segunda mano y el arte del concierto se ha perdido. Y la música, su esencia, está en el concierto, en la música en vivo». Daniel Saavedra sabe que los gustos no pueden ser impuestos; aún así, asegura: «No saben lo que se pierden al no escuchar esto». Sus entusiastas palabras comulgan, en cierto modo, con lo que Nietzsche aseveró: «Sin música la vida sería un error».
Sebastián Arredondo expresa su fascinación por el escenario, una instancia de superación personal. Stefanie Vial agrega: «Hay una diferencia entre un intérprete y un tocador. El intérprete es la persona que intelectualiza, comprende lo que está haciendo. El tocador recibe órdenes y las cumple al pie de la letra, pero sin internalizar lo que hace. Lo que yo busco es plenitud, sentir una armonía en lo que estoy haciendo, en lo que siento, en lo que estoy expresando. Son muchas cosas las que tengo que hacer, pero también está el aferrarme a la obra y hacerla mía».
Celebrando a Chopin
Anualmente, la Sociedad Chopin organiza un Ciclo de Jóvenes Talentos. Los conciertos de este año, gratuitos, se realizarán los días 25 de agosto, 21 de septiembre, 8 de noviembre y 6 de diciembre, en la Sala Arrau del Teatro Municipal. Además, para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Chopin, la Sociedad ha organizado una programación especial con sus composiciones. El primero de estos conciertos, realizados en la Sala Isidora Zegers de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, se realizó el pasado 7 de junio. El segundo está programado para el lunes 5 de julio, a las 19:00 horas.