PCV.— Cristóbal Colón, el viajero genovés, es un paradigma de un hombre bisagra entre dos mundos. Su descubrimiento del continente americano, aún cuando no lo supiera en vida, supuso un quiebre fundamental en el devenir de Europa[i]. Colón es un hombre con mentalidad medieval, pero con iniciativa moderna, y en sus cartas plasmó la fisonomía americana con prisma europeo: construyó, en otras palabras, la otredad del Nuevo Mundo —como harían muchos otros después— y, al mismo tiempo, sistematizó y proyectó las primeras visiones retrospectivas del Viejo Continente.
Para abordar mejor sus experiencias, leamos un fragmento de la carta que le escribe, en 1993, a Luis de Santangel:
«En estas islas hasta aquí no he hallado hombres mostrudos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y no se crían adonde hay ímpetu demasiado de los rayos solares; es verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la línea equinoccial veinte y seis grados. (…) Así que mostruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquéllos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos, de cañas, y se arman y cobijan con launes de alambre, de que tienen mucho. Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y de las otras traigo conmigo Indios para testimonio».
Una primera característica de esta descripción es la de asimilar los fenómenos descubiertos a categorías familiares[ii]. Cuando Colón dice que no ha hallado monstruos —fenómeno que ya referiremos—, dice que sólo ha visto gente de «muy lindo acatamiento» y que no son «negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndios»[iii]. Lo nuevo es un desafío a su imaginación, y para sortear el obstáculo debe vincular todo a categorías conocidas por el viajero europeo.
Una segunda característica de sus explicaciones es que son ejemplo del asombro que el Nuevo Mundo generó en los conquistadores europeos. Colón aseguró no haber visto «onbres mostrudos como muchos pensaban»[iv] pero sí un fenómeno que satisfizo su anhelo por lo fantástico: la isla de los Caribes «es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne viva»[v]. La imagen del monstruo, propia de la imaginería medieval, tiene fundamentos en la antigüedad clásica, como los sanguinarios cíclopes de la Odisea.
La tercera característica del relato es la de reflejar los principios esenciales de la mentalidad económica del mercader. Dice Colón: «Otra isla me aseguran mayor que la Española […] En esta ay oro syn cuento, y déstas y de otras traygo conmigo yndios para testimonio»[vi]. Mientras en América este metal cumple funciones artísticas y religiosas, para una Europa en ebullición comercial —recuérdese que el bloqueo de las rutas hacia el Oriente motiva, en parte, la expedición hacia el oeste— el oro tiene una finalidad acumulativa. En esta línea es que el historiador Alberto Tenenti ha explicado, junto a otros factores, la creciente inflación que afectó a Europa durante el siglo XVI[vii]: la acumulación de metales —oro y sobretodo plata— sería el primer paso hacia un capitalismo industrial que deberá esperar un par de siglos para ponerse en forma.
Colón construyó el mundo americano. Sus habitantes gozan de una naturaleza edénica. Los monstruos son los miedos que secundan al viaje. El oro es el deseo del viaje que puede aplacar, eventualmente, el miedo del trayecto. Colón, el hombre bisagra, delineó, con fantasía e imaginación, deseos y miedos —casi amenazas—, el porvenir que le deparaba al Nuevo Mundo y como Europa se sentiría ante él. No es gratuito, pues, que Tzvetan Todorov plantee que el descubridor de América decidió, sin empacho, «que los indios le decían lo que quería oir»[viii].
[i] Autores como Tzvetan Todorov y Serge Gruzinski plantean que supuso el inicio de la Modernidad.
[ii] Simon Collier recuerda que Hernán Cortés aplicaba la palabra mezquita para aludir a los templos aztecas. Véase Collier, Simon; “Visiones Europeas de América Latina”, en: Historia (Santiago: Ediciones Universidad Católica, 1986), p. 147.
[iii] Colón, Cristóbal; “Carta a Santangel”, p. 79
[iv] Colón, Cristóbal; op. cit., p. 78
[v] Colón, Cristóbal; op. cit., p. 79
[vi] Colón, Cristóbal; op. cit., p. 80
[vii] Tenenti, Alberto; La edad moderna. Siglos XVI-XVIII (Barcelona: Editorial Crítica, 2003), p. 134
[viii] Todorov, Tzvetan; “Viajeros e indígenas”, en: Eugenio Garin, ed., El Hombre del Renacimiento (Madrid, Alianza Editorial, 1990), p. 316