PCV.— Viaje a Hanoi es el relato de la visita de Susan Sontag a la capital de Vietnam del Norte en 1968, durante la guerra con los Estados Unidos. Como ferviente opositora a la guerra, Sontag reconoce que la invitación no agregaría nada nuevo a su postura; sin embargo, un diario escrito durante su estadía fue el corolario de las reflexiones y vivencias suscitadas en los días que ella permaneció en Hanoi y da cuenta de un cambio, aunque sea matizado, de su forma de pensar.
Un recurso literario que se impone en la narración es el monólogo interior: Sontag —la narradora, la protagonista— asume una posición analítica cuando entabla contacto con los vietnamitas. «Estar en Hanoi —dice la voz principal— es, por decir lo menos, un deber, un acto importante para mí de afirmación personal y política»[1]. Son sus pensamientos, desatados por los hechos de su visita, los que guían el proceso dialéctico que entabla entre lo que ve y lo que piensa, base de una narración personalísima y, a ratos, emotiva.
Siguiendo el análisis combinado entre periodismo y literatura propuesto por Albert Chillón, la escritura de Sontag —su propuesta narrativa— incorpora un procedimiento estilístico del género literario testimonial; la suya es una “narración de viaje” que colinda con un afán documentalista —mínimo en relación a otras obras, como veremos— que busca registrar esta cultura distinta que la recibe con los brazos abiertos. Pero este afán está teñido de un subjetivismo que interpela y cuestiona todo, incluso el propio raciocinio de la autora sobre su condición de occidental, de estadounidense.
En este sentido, Viaje a Hanoi se desliga y se opone al denominado “estilo objetivo New Yorker”, que consiste en una «novela-reportaje, un derivado innovador del reportaje novelado basado en la conjugación del rigor documental con el uso de convenciones de representación características de la tradición novelística de signo realista»[2], propia del siglo XIX, como apunta Chillón.
Sontag se distancia del rigor documental que abunda en obras como Hiroshima, de John Hersey. No obstante, su cuidada prosa no cumple sólo con un deseo estético y estilístico. Si nos valemos de lo planteado por Chillón, la escritura de Sontag —o la voz de la narradora-protagonista en Hanoi— se empeña en enriquecer un modo de conocimiento —el contraste de lo observado con lo pensado (pilar de su monólogo interior)—, y así «dar cuento de la heteróclita realidad social»[3] que remueve su sistema de pensamiento previo al viaje y que, al mismo tiempo, sacude una vez más las conciencias en torno a la guerra.
Es preciso señalar la similitud aparente que se desprende de Viaje a Hanoi con la obra del periodista y militante comunista John Reed, Diez días que estremecieron al mundo, de 1919. Ambos autores viajan al seno del mundo comunista —Reed presencia el nacimiento de la Unión Soviética y Sontag la obstinada defensa de la pobre Vietnam del Norte frente a la maquinaria bélica estadounidense— con las ansias de conocer y atestiguar momentos y sociedades sin precedentes. Ambos llevan un registro detallado, Reed más que Sontag, de los hechos ocurridos y, además, los dos comparten un criterio similar al que impera en los territorios visitados. Más que visitas extrañas, Reed y Sontag se sienten como nunca estarán en casa.
Luego de esta breve acotación es necesario aventurar qué sendero toma Viaje a Hanoi dentro de las “promiscuas” relaciones entre literatura y periodismo. Pese a que Sontag nos aclara que no es ni periodista ni activista política, su obcecado talante observador y escudriñador es el “reporteo” que plasma en su diario; la condición empalabradora de la que habla Chillón se refleja nítidamente en el escrito. Su elección de escribir como crónica de viaje le da fuerza a los hechos, toda vez que los recoge e inserta en un complejo sistema reflexivo que no deja lugar a situaciones vacuas. Y si las hay, éstas son reconstruidas pensativamente para incorporarlas a un todo que permita explicar actitudes y acciones de los vietnamitas. Viaje a Hanoi se inserta en una cultura periodística — eso sí, extremando la función deliberativa de la comunicación—, que es esencialmente narrativa. Es decir, en una cultura periodística y literaria.
Empero, en esta cultura periodística, el destino de la obra de Sontag es enfrentarse al Hersey de Hiroshima. Mientras la primera toma parte y protagoniza la experiencia relatada, el segundo se sitúa tras las cámaras, si se permite la analogía cinematográfica. Sontag, testigo directo, protagonista de la convulsionada Hanoi, se asimila más al Hersey de El incidente del motel Algiers. Dice Chillón: «[En esta obra] Hersey sentía que no podía comportarse como un autor omnisciente, sino que debía poner de manifiesto las dudas y contradicciones que la historia suscitaba»[4], que es, exactamente, lo que provoca el monólogo interior de Sontag. Sólo basta leer su reacción cada vez que los vietnamitas alaban la vasta cultura estadounidense mientras el napalm quema a sus aldeanos. Especial mención merecen las constantes referencias hacia sus anfitriones como “ingenuos” y “niños”, una mirada maternal que demuestra la dificultad de separarse de un paradigma de pensamiento occidental.
Dentro de este panorama que vincula periodismo y literatura, la obra de Susan Sontag no tiene el impacto que caracterizó a las news-stories o fiction–stories de los inicios de la prensa de masas. El suyo es un texto reflexivo que invita al análisis en desmedro de los acontecimientos, sin quitar o dejar de lado la representación de la realidad que elabora en tan pocos días.
Se cae, pues, en el descalabro propuesto por Habermas y comentado por Chillón: la mezcla de los diferentes planos de la realidad es desencadenado por la adopción del periodismo e información —o el raciocinio articulado de Sontag— combinado con los recursos novelísticos ya descritos —monólogo interior, crónica de viaje—. Ya no sólo se adoptan recursos literarios para representar la realidad, pues la misma realidad se presenta como una mixtura en los hechos y en los pensamientos.
«Un acontecimiento que hace consciente nuevos sentimientos —apunta Sontag al término de su libro— es siempre la experiencia más importante que una persona pueda tener»[5]. La validez de este argumento se demuestra en el logrado monólogo de Sontag —fidedigno y honesto frente a lo que ve— que nunca llega a convertirse en un flujo de conciencia caótico y alambicado, como el final del Ulises de James Joyce. Sontag, incansable voz mediadora entre la realidad y el receptor, entrega una interpretación que excede los límites del periodismo pero que se construye a partir de la ya mencionada observación acuciosa. La misma que utilizaron Hersey en la devastada Hiroshima y John Reed en los albores de la Unión Soviética.
Para finalizar, conviene apostar por el objetivo de la autora. Pese a que su narración busca aprehender y expresar lingüísticamente la calidad de la experiencia —el objetivo de la literatura—, su escrito, aun cuando no es un reportaje estrictamente hablando, sirve y logra informar, generando opinión gracias a las múltiples aristas que se derivan de sus inquietudes —el objetivo del periodismo—. Sontag recoge estrategias y herramientas de ambas disciplinas y presenta su visión de Vietnam y la guerra. Y, en contraposición a su sentimiento inicial, sí le hace cambiar su percepción sobre el conflicto bélico. Más que un viaje a Hanoi, este escrito es el viaje al monólogo interior de Susan Sontag.
[1] Sontag, Susan; Viaje a Hanoi (México: Joaquín Mortiz, 1969), p.17
[2] Chillón, Albert; Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas (Barcelona: Aldea Global, 1999), p.196
[3] Chillón, Albert; op. cit., p. 195
[4] Chillón, Albert; op. cit., p. 200
[5] Sontag, Susan; op. cit., p. 91