«En cambio se establecerá una sección Latas, donde se reproducirán los editoriales de todos los diarios, los manifiestos y discursos de Su Excelencia el Presidente de la República y las publicaciones a favor del Protocolo que necesiten hacer los aspirantes a cónsules» (Renovando valores. Nuestro programa, p. 189)
«Desde que los ejércitos han dado en la costumbre, harto cómoda para ellos, de luchar con sus compatriotas desarmados en vez de batallar, como lo hacían antes, con las tropas enemigas, resulta una solemne tontería seguir dando preferencia al armamento por sobre los instrumentos musicales» (Pura música, p. 241)
«Ni siquiera falta la nota tragicómica del diputado cursilón y lírico que sopea metáforas en el café con leche. Su estilo, que alguien ha clasificado como “cretino-barroco” o “Luis XV provinciano”, impresiona profundamente al auditorio.
—Dentro de la incomprensión fulgurante y abyecta de las categorías plutocráticas —dice el orador—, ha sido siempre carne de mi espíritu la comunión ideológica con la postulación inmarcesible de la redención gástrica del proletariado. Esa postulación, cristalizada en el marrón lácteo —léase café con leche— que ha de brindarse en cándida cerámica como desalterante matutino a las estomacales ambiciones de los pueriles estudiosos, pesa en el beefsteak de mi alma con el dinamismo de un imperativo para donar mi benévolo sufragio a la ley que tengo la honra de enjaezar en las líricas metáforas y las fluidas linfas de esta rutilante secreción oratoria…
¿Se explica ahora el público por qué las leyes sencillas, en que están todos de acuerdo, pasan más difícilmente que las otra?» (Oratoria fácil, p. 264)
«Además, me resultaba profundamente vejatorio verme en el inventario, avaluado en una suma acaso insignificante. Los periodistas valemos cada día menos; guardamos, por lo general, un silencio resignado de victrola descompuesta o de máquina de escribir fuera de uso con la tapa cerrada con llave. Pero siempre es bien doloroso aparecer en la lista de artefactos vendidos en un precio irrisorio:
Un escritorio ministro, nuevo……………………….$ 600
Una caja de fondos, sin chapa……………………….$ 90
Una máquina de escribir, con varios
tornillos de menos (no escribe)………………………………$ 200
Un periodista, sin chapa ni tornillos
(tampoco escribe)……………………………………$ 15» (Sin nosotros, p.184)
«Si el silencio es oro, la palabra es lata. Y si el público eligiera a sus parlamentarios con igual sentido práctico que cuando elige ciertos prosaicos pero indispensables artefactos sanitarios, optaría siempre por los silenciosos.
Son más modernos y, contra lo que piensa Trabajo, más económicos.
Se sabe lo que cuesta al país un congresal callado: veinticuatro mil pesos al año. Pero nadie es capaz de fijar límites a lo que cuesta un parlanchín.
El más insignificante proyecto de ley, sacado avante de fuerza de discursos, puede costarle a la República millones» (Agiotistas y lateros, pp. 268-269)
«¿Las aspiraciones sólidas están realizadas o el candidato nazi se interesa tan solo por los líquidos? Sea de ello lo que fuere, algo hay de concreto en el fluido programa del señor Ibáñez, y es su propósito terminar con la embriaguez mediante el abaratamiento del agua potable» (Programa líquido, p.271)
«Con trenes como los de Chile el turismo que se impone es el visual: no se viaja; se mira. Ferrocarriles para viajar hay montones en todas las regiones de la Tierra. Pero para no viajar, solo hay aquí» (Turismo visual, p. 276)
«La enfermedad nacional en Tontilandia es el bostezo crónico.
Todo el mundo anda aburrido, hasta el punto de que cuando un tontilandés se ríe, se presume de derecho que está ebrio y los guardianes lo llevan a la policía. Con la permanencia en la comisaría y la consiguiente multa, el desdichado deja de reírse y toma el aire profundamente triste de sus conciudadanos. Entonces se le declara en estado normal y se le deja en libertad» (IV. Las tontilandesas, p. 284)
«En ningún país del mundo se viaja, en efecto, más barato y a la vez más incómodo que en Tontilandia. Tres generaciones de aborígenes —verdaderos Tarzanes de la locomoción— han venido colgándose sucesivamente, durante más de medio siglo, de las plataformas, los techos, las pisaderas y cuanto asidero inconfortable ofrecen autobuses y tranvías, a trueque de evitar un aumento del costo del pasaje» (X. La jornada ningúnica, p. 301)