1. Del diálogo entre ética y comunicaciones
Los periódicos hostiles son
más temibles que mil bayonetas
NAPOLEÓN
PCV. — El 2005 tuvo lugar, en la Universidad Alberto Hurtado, un seminario que reunió a distintos actores del panorama periodístico chileno. Su tema fue el rol de los medios de comunicación frente a tragedias tan impactantes como la del huracán Katrina. La sensación general del encuentro fue la de reafirmar la tarea de los medios de comunicación; esto es, consolidar su compromiso con la sociedad, en este afán por informar los hechos de modo verídico y confiable.
Tal seminario no fue convocado sólo para hacer público este compromiso. Actualmente, las comunicaciones —en lo que teóricos como el catalán Manuel Castells han denominado la «sociedad de la información»— han acusado el recibo de los nuevos —y viejos— retos que les esperan, propiciados por el vertiginoso desarrollo de avanzadas técnicas de traspaso de información.
Pero una situación así no es inédita. Los adelantos tecnológicos también causaron desequilibrios en los comienzos del Renacimiento. El aumento del uso de la imprenta influyó en que los libros activaran «la censura previa por parte de las universidades, de los gobiernos, de los reyes y de la iglesia»[1] como acertadamente indica Niceto Blázquez; pese a esto, su proliferación tornó imposible la labor controladora de estos poderes ya constituidos, luego incapaces de abarcar un campo de la cultura que dejó de ser monopolio de los monjes copistas.
Pero no sólo la tecnología se transforma; también lo hacen las sociedades. Las relaciones entre el poder y las comunicaciones es uno de los tópicos más atractivos para iniciar un diálogo entre ética y medios de comunicación. Casi es una afirmación común decir que «la prensa es el cuarto poder del Estado» si nos topamos con los apologistas de las inmensas influenciasque los medios pueden generar. No es de extrañar que en los regímenes dictatoriales el control de los medios de comunicación es un paso esencial para la consolidación de la propaganda y el silenciamiento de las voces disidentes. El poder y el alcance de la comunicación, tal como señalara Napoleón, pueden ser más terribles —y útiles— que un ejército.
A su vez, la consolidación de los medios de comunicación como empresas financieras al servicio de ideologías o grupos de interés pesa más —la mayoría de las veces— que el fin primordial de periodistas y profesionales que en ellos se desenvuelven; a saber, adherir a una ética ligada a «la verdad, la dignidad personal y a la primacía del bien común sobre los intereses de los particulares»[2]. En su lugar, y a juicio de Blázquez, han primado los «profesionales de la información (que) trabajan con la mentira como el panadero con la harina de hacer pan».
Ponerse al servicio de intereses particulares suena más grave aún si constatamos que, hoy por hoy, son los medios de comunicación los principales conductores de realidad para gran parte de la población (ejemplos como LUN o La Cuarta son válidos si consideramos sus altos tirajes diarios). Esta responsabilidad se acentúa con las facilidades tecnológicas: ya no sólo se lee la portada del diario gratuitamente en el kiosco; también se puede leer completo por Internet, a cualquier hora.
El imperio de la imagen también entrega algunas luces sobre estos temas. Los noticiarios televisivos, según Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, han elevado los bonos de lo inmediato, instantáneo, y la imagen del acontecimiento, por sí sola, es la clave para entender los hechos; se cae, pues, en «la engañosa ilusión de que ver es comprender»[3], donde aquello que no es visible, que no tiene imágenes en definitiva, no puede ser catalogado como información.
Se llega, así, a una paradoja. Por una parte, los temas informativos se ven supeditados a una disponibilidad técnica antes que a una escala de criterios noticiosos y, por otra, el solo hecho de mirar valida el acto de informarse. En este caso, informarse deficientemente.
Sin embargo, ¿cuál es la importancia de los medios de comunicación que los convoca, sin excepción, a ser cuidadosos en su labor? El periodista polaco Ryszard Kapuscinski aporta algunos datos relacionados con la consolidación de las economías de mercado. En este sentido, dice Kapuscinski, se ha descubierto «que la información es una mercancía, cuya venta y difusión puede traer importantes ganancias»[4], no sólo monetarias sino también simbólicas. Hay que aclarar que detrás de un golpe periodístico hay dos motivaciones perniciosas: la del propietario del medio, orgulloso de los créditos que tal golpe le aportará, y el periodista, ávido por recibir las congratulaciones del gremio y el prestigio personal.
Esta relación entre ambas partes debe ser conducida cautelosamente; al fin y al cabo, todos desean la consagración en sus ámbitos. Pero esta dependencia es también el más elocuente pilar en la ética de las comunicaciones. De su correcto entendimiento pende el equilibrio de esta ética; si la balanza se inclina hacia cualquiera de sus extremos, los intereses se contraponen, se opacan y el monopolio de conciencias y motivaciones —de influir desmedidamente en el traspaso de información—, en este ámbito, puede ser perjudicial.
Por último, los temas de la agenda y su tratamiento deben gozar de un rigor que no atente contra los derechos fundamentales de sus actores principales. El uso de instrumental tecnológico debe estar subordinado al criterio de profesionales —periodistas y empresarios de las comunicaciones— concientes del poder que la sociedad les ha concedido. Porque en el mundo de los medios de comunicación es muy fácil equivocarse, pero muy difícil echar pie atrás.
He comenzado este escrito con una imagen que debiéramos ver más seguido: repensar, con mayor frecuencia, el modo en que las sociedades se informan a través de los medios de comunicación permite construir democracias saludables. A continuación, argumenté las implicancias de los adelantos tecnológicos en el traspaso comunicativo, eje de su transmisión desde el desarrollo de la imprenta —y de los soportes físicos—, para luego internarme en un diálogo directo y conflictivo entre la ética con las comunicaciones, donde el poder de controlar la información, los intereses particulares, la inmensa injerencia de los medios en la realidad, el monopolio de la imagen y la valorización mercantil de la información deberían enarbolarse, actualmente, como los temas más esenciales de lo que algunos llaman, irónicamente, la «saciedad de la información».
[1] Blázquez, Niceto; Ética y medios de comunicación, España: Biblioteca de autores cristianos, 1994, p.5
[2] Blázquez, Niceto; op. cit., p.10
[3] Ramonet, Ignacio; Informarse fatiga, en: La prensa: ¿refleja la realidad?, Santiago: Editorial Aún creemos en los sueños, 2003, p.10
[4] Kapuscinski, Riszard; ¿Acaso los medios reflejan la realidad del mundo?, en: La prensa: ¿refleja la realidad?, Santiago: Editorial Aún creemos en los sueños, 2003, p.21