3. De los principios éticos del periodismo
Hoy lo importante es dar la noticia.
Si es falsa o no, poco significa
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
PCV.— ¿Qué cosas debe un periodista elevar como sus máximas morales en el ejercicio de la profesión? Una primera enumeración nos daría una lista muy larga, principalmente por el hecho de que todo profesional, sea cual sea, al estar inserto en la realidad social, debe comportarse de acuerdo a principios básicos que rigen las conductas de todos. Ahora bien, si desechamos tales principios —sin desmerecerlos por supuesto— y nos centramos particularmente en el ethos profesional, la tarea se vuelve un poco más asequible.
Un periodista debe siempre decir la verdad. Y si la verdad, a estas alturas, cuesta mucho definirla, debe, pues, atenerse a las imágenes y hechos objetivos que percibe; es lo que José María Desantes define como una actitud de objetividad, el anhelo de alcanzar fielmente la realidad desprendiéndose de vicios e influencias. La exactitud es fundamental para poder transmitir conocimientos, datos, información. Niceto Blázquez repasa algunos códigos de periodismo que hacen fuerte hincapié en este aspecto, como el danés, donde se establece que la exactitud debe tener especial importancia, por sobre la rapidez, cuestión fundamental hoy puesto que las nuevas tecnologías de la información proporcionan ventajas admirables, desconocidas hace un par de décadas.
El respeto por la legalidad vigente debe ser su norte y fin. Un periodista no puede ni debe saltarse la institucionalidad establecida —y menos ser obligado por quienes poseen los medios de comunicación[1]— y, por cierto, debe conocer la legislación vigente. A su vez, Blázquez apunta al sentimiento leal, con la nación principalmente, como eco de una ética sólida y necesaria. Cabe en este aspecto preguntarse por la validez de las declaraciones que la fallecida Oriana Fallacci emitió dentro de la opinión pública de su país y del mundo cuando atacó al Islam en su conjunto. Su connotada figura no podía desconocer el hecho de que sus palabras podrían provocar conflictos de todo tipo: raciales, tribales, nacionales, religiosos y políticos[2].
Un tercer aspecto esencial es uno de los más polémicos. Al informar, el periodista debe respetar la vida privada, el derecho que todo ciudadano tiene para mantenerla al margen del espacio público. ¿Fue legítima la grabación al ex Senador Lavanderos, fuera de su fundo? ¿Era necesario transmitir las imágenes donde el juez Calvo admitía su asiduidad a saunas gay? Tales conflictos públicos deben lidiar con un sentimiento de curiosidad, en primer lugar, y con una necesidad de informar sobre temas que afectan al interés general y son de relevancia pública, en segundo lugar. Nuevamente, además, debe preveer las consecuencias legales de sus actos.
El código alemán de ética periodística indica la necesidad de «extremar la responsabilidad cuando se acusa o se critica a alguien. Todos deben tener el derecho de rectificar y responder. Los periodistas no deben publicar rumores o calumnias»[3]. Por otra parte, el código neocelandés advierte a sus miembros que no deben inmiscuirse en los problemas privados, desechando todo intento de incurrir en práctica alguna relacionada a esto. En nuestro país el derecho de rectificación está consagrado en la ley 19.733 sobre libertades de opinión e información y ejercicio del periodismo (2001) y en la Constitución Política.
Un último aspecto tiene que ver con el desarrollo moral y ético de la persona del periodismo. Decimos la persona porque su desarrollo se ha llevado a cabo mucho antes de convertirse en profesional de las comunicaciones y esto puede ser determinante a la hora de evaluar la honradez con que amolda su profesión a sus principios éticos más básicos. Respecto a este punto, no es obvio señalar que las faltas a la honradez van casi siempre en provecho del beneficio personal; plagio, presiones, extorsión, sobornos, etc. Todas éstas prácticas apuntan al bienestar personal del periodista pero en ningún caso a enriquecer la profesión, las relaciones entre sus pares o el enriquecimiento de la democracia y el fortalecimiento de la opinión pública. Quien gana el Pulitzer inventando un reportaje sobre un niño heroinómano —Janet Cooke— no sólo se engaña a sí mismo, sino que enloda a quienes intentan conseguir, verazmente, situaciones como aquellas.
Estos cuatro aspectos analizados, no más que un esbozo de lo que puede constituir un ethos periodístico sólido y creíble, deben ser parte integral en el ejercicio de la profesión. El deber, en este sentido, debe sobreponerse al querer, muy propio del individualismo exacerbado de nuestros tiempos. De una reflexión consciente sobre estos puntos dependerá que ciertas percepciones y prototipos sociales del periodismo puedan derrumbarse y reedificarse nuevamente, más acordes con una profesión relativamente nueva —recordemos que sólo a partir de 1953 comenzó la enseñanza superior del periodismo en la Universidad de Chile— que constantemente está buscando los espacios para validarse, no sólo en el papel y en la teoría, sino que también en su espacio fundamental: la opinión pública y la sociedad democrática.
[1] Desde una perspectiva marxista, podría señalarse que quienes poseen los medios de comunicación son los más aptos para generar confusión (discordia) en medio de la opinión pública. El poder que tienen genera efectos sociales de todo tipo que no pueden ser mal utilizados.
[2] Samuel Hungtington hablaría, también, de civilizacionales
[3] Blázquez, Niceto; Ética y medios de comunicación, Madrid: Biblioteca de autores cristianos, p.156