Tres geógrafos de la Universidad Católica analizan las batallas cercanas a Cañete, explican el origen del pantanoso terreno que sentenció la muerte de Pedro de Valdivia, ocurrida en 1553, y demarcan las fronteras del paisaje que el conquistador, contrario a lo afirmado por Pedro de Oña —poeta que escribió el Arauco domado, composición poética encargada por el gobernador García Hurtado de Mendoza—, no siempre pudo domar.
Patricio Contreras Vásquez
En 1553, Pedro de Valdivia cae en un pantano y las huestes de Lautaro lo matan. Antes de finalizar el siglo, Alonso de Ercilla y Zúñiga termina de publicar en Madrid un poema que supera los veinte mil versos y describe profusamente la pantanosa región de Arauco. Cuatro siglos después, tres geógrafos de la Universidad Católica explican que la acumulación de óxido de aluminio y fierro —una costra o «hardpan»— frena la filtración de agua en los valles de la zona, generando las ciénagas que hundieron a Valdivia. Geografía, guerra y poesía se unen en la explicación de un episodio recurrente de nuestra historia.
La naturaleza de Arauco
Clímaco Hermosilla es el organizador de las Garciadas Cañetinas que desde 2004 han examinado históricamente a Cañete, la ciudad que fundó el gobernador García Hurtado de Mendoza. Su propósito, dice Hermosilla, es rescatar detalles de la localidad y desarrollar un turismo anual que trascienda el periodo estival. «Gracias a los académicos participantes hemos consolidado ambos objetivos», asegura.
Este año los geógrafos Marcela Sánchez, Luis Carvacho y Luis Velozo abordarán la geografía de la región. Con recursos inimaginables para los ‘alarifes’ de antaño —improvisados cartógrafos que oficiaban de trazadores urbanos, arquitectos y hacedores de mapas—, el 2009 visitaron el territorio y lo investigaron en detalle.
«Nada de lo histórico en la región de la Araucanía fue fruto del azar —afirma Luis Velozo, geógrafo con más de cuatro décadas de experiencia—, sino que todo está vinculado con las condiciones geográficas locales». La fundación de ciudades y la estrategia militar se ciñeron al entorno de una región que, contrario a lo planteado por Pedro de Oña en su «Arauco Domado», el poema épico que le encargó Hurtado de Mendoza, no siempre fue sometida por el conquistador. Más aún: sus parajes podían ser una trampa de escape incierto.
Así le sucedió a Miguel de Velasco y Avendaño, quien retornaba de la Imperial junto a veinte soldados españoles que transportaban cerdos y granos para alimentar a las famélicas tropas acampadas en Cañete. «Don García (Hurtado de Mendoza) había encargado a los suyos -cuenta Diego Barros Arana en su ‘Historia General de Chile’- que cuidasen ese socorro de ganado tanto como sus propias vidas».
Luego de rendir pleitesía al gobernador, los indígenas emboscaron a Velasco. En el desprevenido grupo iba Alonso de Ercilla, quien en «La Araucana» describió el estrecho sitio de la batalla: «apenas pueden ir dos lado a lado,/ haciendo aún más angosta aquella vía/ un arroyo que lleva en compañía». Gracias al auxilio de Alonso de Reinoso derrotaron a los nativos y celebraron con algarabía en Cañete.
Para los españoles, esa garganta era conocida como el despeñadero de Purén; los nativos lo llamaban la quebrada de Cayucupil y hoy se conoce como Butamalal, que significa «Corral grande». Era uno de los intrincados pasadizos de Arauco, límite natural del imperio español durante la Colonia y cuna de un nutrido repertorio bélico.
Mesetas estratégicas
Cañete se ubica a 137 kilómetros al sur de Concepción, en lo que los indígenas llamaban Lafquen-mapu (sector de la costa), a los pies de la cordillera de Nahuelbuta. Este macizo está constituido por piedras graníticas y rocas metamórficas o filitas, conocidas como piedra-laja. «Estos dos tipos de roca están asociados al oro. Y en esos índices se basaron los españoles para hacer sus expediciones a Arauco», aclara Velozo.
Según él, Cañete está en un sector «amesetado». «Es fruto no del elevamiento de un terreno sino que de la erosión que han causado algunos ríos locales: el río Tucapel, el río Leiva, el estero Caillín y el río Cayucupil». Ese proceso desgastó la planicie original —llana un millón de años atrás— produciendo quebradas como la de Purén.
La primera fundación de Cañete fue en 1558: Hurtado de Mendoza la situó en lo que hoy se conoce como El Reposo y la apellidó «de la Frontera». La segunda y actual fue obra del coronel Cornelio Saavedra en 1868, cuatro kilómetros al poniente de su antecesora y 30 metros sobre el valle. Con una carta topográfica sobre la mesa, y midiendo las distancias con regla, Marcela Sánchez confirma que cuatro kilómetros las separaron.
«Esa posición —cuenta Luis Carvacho— es estratégica desde el punto de vista defensivo; por eso aprovechaban esas zonas: altas, a la orilla de una pendiente muy fuerte que facilitaba su defensa». Alfombradas por laderas de compacta e infranqueable vegetación, las mesetas forzaban a los indígenas a chocar contra la caballería española en campo abierto.
Sin embargo, la espesura cañetina le permitía a los indígenas ocultarse y lanzar ataques fulminantes, «tipo comando» en palabras de Carvacho. Cuando la caballería española contraatacaba, los mapuches se ocultaban en los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta -forrada en coigües, araucarias y robles-, obligando al español a desmontar y prescindir del caballo, su gran ventaja bélica.
La escasez de caminos estimuló el ingenio nativo. Conforme los españoles avanzaban por limitados senderos, los mapuches arrojaban troncos y cavaban zanjas. «Luego, cuando hacían el malón en contra de los españoles y estos trataban de retroceder —ejemplifica Carvacho—, se encontraban absolutamente encerrados por el medio, porque los mapuches cortaban las zonas de escape. La batalla de Marihueñu (o de la cuesta de Villagrán, en 1554) es un caso típico de eso».
Guerra de trescientos veranos
En 1612, una real cédula aprobó la guerra defensiva promovida por el padre Luis de Valdivia, quien apostó por una conversión pacífica de los nativos. Tres jesuitas asesinados en Elicura fue el saldo de la incursión evangelizadora. En 1626 las malocas se reanudaron, permitiendo nuevamente la esclavitud de indios capturados en combate.
Las incursiones, no obstante, debían respetar el calendario y rendirse ante la destemplanza climática. «Las lluvias impiden las expediciones punitivas españolas —plantea Carvacho—, que solamente pueden ser realizadas en verano. Los mapuches cuentan con el resto del invierno para reponerse, siendo mejores conocedores del medio y estando más adaptados a él».
La región es singular por sus terrenos pantanosos. En nueve ocasiones Ercilla menciona esa palabra en su poema («De pantanos procuran guarecerse/ por el daño y temor de los caballos») y Pedro de Valdivia, al escapar del fuerte Tucapel en lo que hoy se llama el Paso de los Negros, se entrampó en una ciénaga maldita, cayó de su caballo y junto a su capellán, Bartolomé del Pozo, enfrentaron el aciago destino («Llegado a una ciénaga, atolló el caballo con él», escribió Alonso de Góngora Marmolejo hacia 1575). La misma palabra Purén significa «pantano» en mapudungún.
Las mesetas de la región, dicen los geógrafos, son generosas para filtrar el agua, no así los valles. «Normalmente en la parte superior el agua se infiltra con mucha facilidad —explica Velozo— pero en este sector de los valles inferiores se genera una costra en el subsuelo, el agua no penetra y queda en superficie. Ahí se atascaban los caballos». En invierno era peor: los ríos se desbordaban, los pantanos eran intransitables y la vegetación crecía con densidad y rapidez.
Amén de enfrentarse al pueblo mapuche, el conquistador español lidió con un paisaje indómito, sometiéndose a sus ciclos. La geografía de Arauco, física y sublime, demarcó la cartografía y posibilidades de las batallas. Por eso Luis Carvacho cita a Clímaco Hermosilla para afirmar que éste no fue un enfrentamiento de tres siglos, como sugiere el eco de algunos textos escolares, «sino que fue una guerra de trescientos veranos».
Garciadas del Bicentenario
Clímaco Hermosilla dice que la conservación de sitios históricos en Cañete es primordial. Anticipa, en esta línea, que el 2011 podrán habilitar las primeras salas de un Museo Histórico.Este año, las Garciadas tendrán un ciclo sobre «Artífices del Bicentenario». O’ Higgins, Portales, Carrera, Prat y Adolfo Ibáñez -«quien defendió tenazmente que Chile se mantuviera en la Patagonia», dice Hermosilla- serán revisados entre el 19 y el 23 de enero.
En el ciclo regular, Fernando Silva abordará la política de fundación de ciudades en un medio fronterizo como Arauco. La historiadora Luz María Méndez, en tanto, abordará la identidad nacional y expondrá por qué Chile es nominado así. Estudiando fuentes y crónicas identificó la utilización del nombre del país: la Tasa de Santillán, de 1557, es la primera que nos menciona como unidad administrativa del imperio.
«Los que más acuñan el concepto de ‘Chile’ y ‘chileno’ -dice Méndez- son los jesuitas expulsados, como Juan Ignacio de Molina. En el exilio añoran la patria de origen y empiezan a acuñarla como una nacionalidad diferente a la española. Y también acuñan el concepto de lo ‘chileno’ en oposición a la nación indígena».