Hace cien años el Congreso prometió un monumento a fray Camilo Henríquez, fundador de la Aurora de Chile, padre de la buena muerte y patrono —para muchos— del periodismo criollo. Sin embargo, el tiempo se llevó las palabras, al punto que Joaquín Edwards Bello hablaba de las «piedras oratorias» para referirse a estos monumentos inconclusos. Sólo hoy, un siglo después, la deuda se saldó.
Patricio Contreras Vásquez
Tres hombres con hábito negro caminan por el Paseo Bulnes. En el único acceso de una hilera de vallas papales son detenidos por un agente de seguridad que les pide identificación. Sabe que son religiosos, pero se inquieta un instante por el castellano italianizado del vocero del trío. Después de un breve intercambio de palabras y documentos los deja entrar.
Son padres camilos, herederos de Camilo de Lelis. Son frailes del buen morir. Como Camilo Henríquez González (1769-1825), valdiviano de nacimiento, poeta, dramaturgo, diputado de la república y fundador del primer periódico nacional: la Aurora de Chile. El mismo Camilo al que nuestro Congreso le prometió, en julio de 1909, un monumento que nunca se levantó. Un siglo después de la promulgación de la ley 2.335 —que destinó 500 pesos para erigir la estatua—, sus compañeros de religión asisten al cumplimiento de la promesa.
Esta vez no fue iniciativa del Congreso, sino que del Colegio de Periodistas, formado 150 años después de que Camilo Henríquez iniciara su cruzada periodística con la Aurora. La fecha tentativa para inaugurar el monumento era el 13 de febrero, día en que circuló el primer número del diario del fraile. No se pudo conseguir el financiamiento para ese momento y el terremoto postergó por casi dos meses la ceremonia. Si la idea era que fuera la última actividad pública de la presidenta Bachelet, ahora quien debió rendir tributo fue el presidente Sebastián Piñera.
El monumento, obra del escultor Hugo Brunet, es de bronce y mide 2,10 metros, amén del pedestal que suma otros cien centímetros. Ahí está Camilo con su pluma en la mano derecha y las hojas de la Aurora en la izquierda. Miguel Luis Amunátegui lo describió como un hombre de “cara pálida”, “flaco de cuerpo” y de “talle poco airoso”. La estatua de Brunet, en cambio, muestra a un hombre menudo y compacto, bien alimentado, quizás, por el vigor de sus palabras.
Los oradores de la ceremonia de inauguración fueron Abraham Santibáñez, presidente del Colegio de Periodistas; Eduardo Undurraga, gerente general de la Asociación Chilena de Seguridad —financista de la obra—; y el presidente Sebastián Piñera. Diversos miembros de la fauna política y periodística, además de los rostros visibles del mundo clerical, como el arzobispo Francisco J. Errázuriz, se dieron cita en el lugar.
«El mejor periodismo es el que explica, contextualiza y proyecta los acontecimientos, tal como lo hizo, rudimentariamente sin duda, la Aurora de Chile«, dijo Santibáñez, quien también se refirió a la situación actual de la profesión. «Los periodistas de Chile estamos especialmente preocupados por las condiciones en que se desarrolla nuestro trabajo. Estamos preocupados por la situación del diario La Nación, que no ha sido resuelta, aunque confiamos que en este momento sea un tema que vaya por buen camino».
Junto al mandatario descubrieron el velo negro que tapaba a Camilo. El arzobispo Errázuriz bendijo el monumento de un fraile que estuvo detenido tres veces en las mazmorras de Lima por leer y ocultar textos «heréticos». Un fraile que en Quito sobrevivió a una matanza contra un grupo de criollos. Un fraile que a los siete días de haber vuelto a Chile —tras 26 años fuera— hizo circular una arenga emancipatoria escrita por un tal Quirino Lemachez, nada más que un seudónimo escrito con las letras de su nombre.
Tras los aplausos, el presidente Piñera tomó la palabra y atendió la interpelación de Santibáñez. «Esa decisión la estamos evaluando y es perfectamente consecuente con lo que sostuvimos durante la campaña que era o terminar con el diario La Nación o reestructurarlo en forma definitiva para que le dé garantía a todos los chilenos y no se transforme en abrigo de algunos y enemigos de otros financiado con los recursos de todos los chilenos”. Sus palabras generaron debates y reflexiones tanto en la prensa verspertina como en programas radiales. Sólo ayer el ministro Rodrigo Hinzpeter había asegurado que el medio fundado por Eliodoro Yáñez no se vendía.
Pero en el Paseo Bulnes el énfasis, foco y protagonista era otro. El padre Pietro Magliozzi m.i., camiliano como Camilo, aplaude con entusiasmo junto a la ministra vocera de Gobierno, Ena Von Baer. Magliozzi y sus dos compañeros están en Chile desde 2002, atendiendo enfermos en el Hospital Parroquial de San Bernardo. Ayudando al buen morir de los que padecen. Camilo fue uno de ellos. Se formó religiosamente en Lima, se instruyó ideológicamente en Quito, y en Buenos Aires, tras el desastre de Rancagua, aprendió medicina, pero nunca ejerció.
Era el único fraile del buen morir en Chile. En 1825 ni siquiera tuvo cuidados en su lecho de muerte, ya pobre y sin el crédito honorífico que le adelantara el abdicado O’Higgins, uno de sus tantos patrocinadores. Cien años después llegarían otros como él a nuestro país, pero no durarían mucho. Ahora Magliozzi y compañía, extranjeros todos, se congratulan al saber que en Chile hay un camiliano que no sólo descolló por el auxilio a los enfermos, sino que también por su vida multifacética y, fundamentalmente, por un legado perenne. Esas cuatro hojas que, en palabras de fray Melchor Martínez —un franciscano conservador que presenció la circulación de la Aurora—, generaron una algarabía en el pueblo de Santiago. Como para no olvidarlo nunca, menos hoy, en el día de la libertad de prensa. “Corrían los hombres por las calles con una Aurora en las manos, y deteniendo a cuantos encontraban leían, y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad”.