Fue una de las principales animadoras de la vida musical del país en el siglo XIX. Nació en Madrid, se educó bajo la dirección de Federico Massimino y trajo a Chile, en 1823, las óperas de Rossini. Su vocalización, según José Zapiola, era «brillante y atrevida». A sus tertulias concurrieron figuras como Sarmiento, Rugendas y Monvoisin. Fundó la Sociedad Filarmónica, contribuyó en la realización del «Semanario musical» y presidió la Academia Superior de Música. Según el historiador Eugenio Pereira Salas, «su muerte fue un luto nacional en las bellas artes».
Su legado a Chile. Apoyó la institucionalización de la enseñanza musical e introdujo el canto en la alta sociedad chilena.