Hace dos meses Estados Unidos le negó una visa para ir a Harvard por supuestos vínculos terroristas, aunque la presión internacional logró anular la decisión. Hoy este periodista colombiano repasa los crudos momentos que vivió en su país, alerta sobre la necesidad de la independencia en el periodismo y sostiene que el nuevo gobierno colombiano debe pedir perdón por el hostigamiento —«una cacería brutal»— al que han sometido a los profesionales de la información.
Es de esas situaciones que inquietan. En mayo pasado, el periodista colombiano Hollman Morris (41) —conocido en su país por el programa televisivo Contravía— obtuvo una de las 25 becas Nieman para poder continuar estudios en la Universidad de Harvard. En julio, sin embargo, la embajada estadounidense en Bogotá rechazó su solicitud de visa aduciendo que mantenía vínculos terroristas con grupos como las FARC. Las organizaciones periodísticas se alinearon con Morris, logrando destrabar una maniobra de presión sutil, especialmente si se la compara con los pinchazos telefónicos y las amenazas de muerte que han padecido otros periodistas.
Hollman Morris llegó a Estados Unidos el 21 de agosto, con su esposa y sus dos hijos, «una niña de nueve años y un niño de seis», dice a través de una conversación vía Skype. Ahora está instalado, más tranquilo, preparado para mejorar su inglés. «Nuestro continente —explica— tiene que empezar a ser bilingüe. Como en el caso de Colombia, no puede ser un privilegio de ciertas élites que pueden pagarse colegios bilingües. No. Hoy el bilingüismo en América Latina se necesita para ser un continente desarrollado».
Su estadía en Harvard no es para estudios de posgrado. Es, como él la define, una «beca muy especial» que le permite asistir a un amplio abanico de cátedras —desde arquitectura decimonónica estadounidense hasta la injerencia de los derechos humanos en el periodismo— sin preocuparse de cumplir créditos. Es una oportunidad única, pero sabe que nada supera al aprendizaje en la calle. «El principal posgrado es recorrer, caminar nuestro continente, para darnos cuenta de que todas nuestras tristezas, frustraciones y esperanzas son las mismas, de la frontera de México hasta la Patagonia, y que desde ahí hay que construir un nuevo relato o recontar nuestra América».
Una «cacería criminal»
En el momento que se realizó esta entrevista, otra periodista colombiana se sumergía en la misma incertidumbre que Morris. El Reino Unido negó una visa a Claudia Duque, aduciendo que su «salario bajo» no le permitía costear un viaje a Londres para dar una conferencia. Reporteros Sin Fronteras replicó que el DAS colombiano —Departamento Administrativo de Seguridad— estaría detrás de la negativa, al igual que en la situación de Hollman.
—¿Has sabido algo más de este caso?
Conozco a Claudia Julieta Duque. Es una de las personas y colegas que yo más admiro en Colombia, una profesional íntegra. Quiero creer que es un grave error que está cometiendo la embajada británica en Colombia y espero que sea corregido. Claudia Julieta Duque fue una de las principales víctimas de la cacería criminal por parte de los servicios secretos colombianos, comprobado —la fiscalía lo ha dicho—, hay pruebas de las amenazas, de los intentos por asesinar a su hija menor de edad, que se llevaron a cabo los últimos diez años. Y ella ha tenido el valor y el coraje de denunciarlos y de abrirnos los ojos a otro grupo de periodistas de lo que estaba haciendo la policía, que respondía directamente al presidente Álvaro Uribe.
—¿Qué sensación te dejó el problema de la solicitud de visa para estudiar en Estados Unidos?
Yo creo que la sensación más importante es el poder de la solidaridad. Aparentemente, era un tema que no tenía solución; es decir, que el Departamento de Estado norteamericano te haya quitado la visa invocando el Acta Patriota es un tema difícil para reversar. Sin embargo, fue la solidaridad y el respeto por mi trabajo y el de mi equipo periodístico en Contravía lo que hizo que desde diferentes partes del mundo, la comunidad académica, la comunidad defensora de Derechos Humanos y la comunidad de las organizaciones de periodistas, se movilizaran y presionaran al Departamento de Estado. Hay otra lección, que es el debate que se produce al interior de la academia norteamericana. Ciertos académicos y defensores de derechos humanos, como Human Rights Watch, el mismo Comité para la Protección de Periodistas de Nueva York (CPJ), dijeron públicamente que el gobierno de Obama estaba regresando a los años 50, donde la persecución por razones ideológicas fue normal en los Estados Unidos.
—Se habla de ‘chuzadas’ [pinchazos] telefónicas y videos manipulados como modos de presionar. ¿Cuáles son los principales problemas que debe enfrentar el periodismo en Colombia?
A decenas de defensores de derechos humanos y líderes de oposición, los servicios secretos durante la administración de Álvaro Uribe se propusieron sabotearnos, llevarnos a la cárcel, campañas de desprestigio a nivel nacional e internacional. El mal menor fue la interceptación ilegal de nuestras comunicaciones telefónicas, una operación de envergadura nacional, sistemática y contra estos grupos que acabo de nombrar, con el ánimo de llevarnos a la cárcel. Nosotros creemos, también, con el ánimo de asesinarnos —y lo que estoy diciendo tiene pruebas, así está en los expedientes de la policía secreta—; la única razón era porque pensamos diferente a las políticas del gobierno del ex presidente Uribe.
¿Qué medidas estamos llevando a cabo? En mi caso ha sido la denuncia nacional e internacional. Nosotros creemos que fuimos de los primeros, junto a Claudia Julieta, que nos dimos cuenta de que había algo sistemático en contra nuestra. Hemos elevado el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA; no podemos descartar, en este momento, la denuncia penal, nacional e internacional, de este caso. Lo que se cometió fue un delito de lesa humanidad. Porque fue sistemático, contra grupos de la sociedad colombiana que han sido declarados por Naciones Unidas como «grupos de alto riegos», como son el Movimiento de Defensa de los Derechos Humanos y los periodistas en Colombia. Este caso es de los más graves que han sucedido en la historia reciente de Colombia.
—¿En algún momento temiste que se atentara en contra de tu vida?
Durante los últimos diez años, todo el tiempo hemos temido un atentado contra mi vida, mi familia ha estado en peligro. He sido objeto, en la administración Uribe, de dos arrestos ilegales, en uno de ellos se llevaron mi material periodístico, en otro intentaron quitármelo. He sido víctima y objeto de declaraciones públicas del presidente más popular en los últimos años, señalándome como «terrorista» o «aliado del terrorismo», y eso yo lo interpreto como una amenaza. Y así se tiene que ver dentro del contexto colombiano. He sido objeto de amenazas con coronas fúnebres a mi casa. Este conjunto de cosas llevan a pensar que en cualquier momento pueden atentar contra mi vida o la de mi equipo o de algún familiar.
{FOTOGRAFÍA: Paul Smith}
—¿Avizoras algún cambio en la situación colombiana con la llegada de Juan Manuel Santos al Gobierno?
Yo tengo como norma darle el beneficio de la duda a la gente. El presidente electo expresó en su discurso el día en que ganó las elecciones, que había que pasar la página de los odios. Hizo una serie de llamados que tienden a reconstruir las vías del diálogo. En ese sentido siento que las cosas pueden cambiar. Pero también tengo claro que estamos esperando hechos concretos y contundentes. Públicamente lo he dicho —y esta es una oportunidad para reiterarlo—, que el presidente Santos tiene que llamar a aquellas organizaciones, grupos, personas, familias, que fueron objeto de la más tremenda cacería criminal por parte del DAS colombiano, llamarlos y resarcir su buen nombre, pedir disculpas públicas. En tercer lugar, rechazar la estigmatización sistemática del contendor político o del periodista independiente, ya que eso destruye familias y la integridad de las personas. Y que públicamente se comprometa con impulsar las investigaciones que lleven a buen término esta cacería criminal por parte del DAS.
—¿Piensas volver a Colombia?
Sí. Como dice una canción: «Todos vuelven a la tierra en que nacieron, al embrujo incomparable de su sol». Sí, mi trabajo y mi compromiso está con Colombia. El ejercicio que he venido haciendo desde hace años es que ese compromiso con Colombia es un compromiso con América Latina. Para mí, esas esperanzas o tristezas de Colombia son las mismas de toda nuestra América.
Periodismo «herido de muerte»
—La experiencia colombiana se suma al riesgoso quehacer del periodismo en el norte de México. ¿Es muy crítica la situación actual en Latinoamérica?
El periodismo independiente, que aplica la máxima de ser los ojos y oídos de una sociedad, de los más desfavorecidos, va a jugar un papel histórico en las próximas décadas. Y es el periodismo que hoy quieren acallar, asesinar, y están hiriendo de muerte. Hoy nuestra América Latina se está convirtiendo en la gran despensa de recursos naturales —agua, carbón, gas— que en otros países se agotaron, que este mundo necesita para funcionar y que están ubicados en las grandes reservas naturales de asentamientos de nuestros pueblos originarios. El periodismo independiente se está dando cuenta de esa embestida de las grandes multinacionales, y está denunciando.
Hay otro tipo de periodismo en América Latina, estrechamente ligado a grandes empresas, que termina siendo cajas de resonancias de grandes multinacionales. Cuando los grandes medios de comunicación pertenecen a grandes conglomerados económicos, los intereses de esos medios no van a darle ojos y oídos a los desposeídos y marginados. Es una discusión que como periodistas tenemos que dar. ¿Qué tanta independencia, qué tanta calidad de la información puede haber cuando las grandes cadenas de televisión pertenecen a grupos económicos que por la mañana hacen Coca Colas, construyen puentes, hacen cervezas, construyen aviones, tienen líneas aéreas, financian las campañas de los presidentes, y por la noche informan? Pienso que ahí hay un conflicto de intereses que está dañando el alma de nuestras democracias en América Latina.
—Un periodismo dividido en dos almas.
Sí, y estamos viendo al periodista que se convierte en el gestor y gerente de su propio medio de comunicación, cuyo fin no es amasar riqueza y fortuna, sino informar, dar una alta calidad informativa. Y vemos otros sectores de la prensa donde las grandes cadenas de televisión o periódicos terminan siendo la cereza en el banana split de un conglomerado de empresas. Es urgente abrir la discusión sobre la independencia de los grandes conglomerados económicos, los grandes monopolios mediáticos y quienes, como en mi caso o el de Mónica González en Chile, se abren paso como gestores de su propio medio de comunicación. Eso sí, sin aguantar hambre. Hay que decirlo: nosotros los periodistas no podemos aguantar hambre por nuestro oficio. Tenemos que vivir bien, tenemos que comer bien, nuestros hijos tienen que ir a buenos colegios y podemos demostrar que haciendo buena información, siendo independientes, podemos lograr también eso.
«No existe una agencia de noticias que nos represente»
—¿Qué importancia tiene la formación universitaria para formar conciencia?
Tiene toda la vigencia y toda la importancia. La pregunta es si nuestras facultades de comunicación están formando periodistas conscientes de la realidad de nuestros países, de nuestras realidad latinoamericana, conscientes de que pertenecemos a un mismo barrio, con mismas angustias y esperanzas, conscientes de que hoy en América Latina, Centroamérica, Norteamérica, no existe una agencia de noticias que nos represente y hable desde nuestras realidades, si son conscientes que aun hay un continente todavía por contar y recontar, si son conscientes de sus pasados históricos, el pasado histórico chileno, la vigencia o no de la democracia, si sus referentes son exclusivamente El Mercurio, el diario más grande de Chile, o si tienen otros referentes como Mónica, por ejemplo.
¿Cómo estamos formando a ese nuevo periodista latinoamericano? ¿Con un alto sentido social y humano, en un continente donde albergan millones de pobres, pero también donde la riqueza nos abruma? ¿Cuáles son las prioridades de esas nuevas generaciones de periodistas en nuestro continente? ¿Estamos formando periodistas que saben manejar las artes de internet, los avances tecnológicos diarios de las comunicaciones, descuidando la esencia del ser humano, el compromiso que tienen que tener con los demás? ¿Al servicio de qué tanta tecnología y tanta sapiencia si olvidamos la esencia de lo que somos, de dónde venimos, de nuestro pasado?