La pérdida de objetos materiales no es obstáculo que valga para los especialistas, quienes llaman a proteger legalmente el patrimonio privado.
Patricio Contreras Vásquez
Algunos creen que se puede recuperar. Otros alertan sobre la eterna inseguridad de los inmuebles antiguos. El incendio en la Iglesia Matriz de las Hermanas de la Providencia desnudó nuevamente —tal como el terremoto de 2010— la precariedad de nuestro patrimonio religioso.
Gabriel Huerta, 4º comandante de Bomberos de Santiago, reafirmó los peritajes que indicaron que el origen del incendio fue la utilización de una cocinilla. Agregó que los voluntarios lograron rescatar varias figuras religiosas y cuadros. Por ejemplo, un óleo del siglo XIX que estaba en el Museo Bernarda Morin. «Es una tela preciosa que relata la labor misionera de la congregación en La Araucanía», describe Francisca Valdés, quien trabajó en la creación del museo.
El comandante Huerta, además, reconoció que no existe un protocolo para inmuebles patrimoniales, como fue el caso de esta iglesia.
«No tenemos un protocolo para cada institución. Una vez iniciado el incendio, procedemos a analizar y establecer cuáles son los riesgos», declaró.
Según otros voluntarios, los materiales que componían la techumbre del recinto —adobe, madera y planchones de pizarreño— favorecieron la propagación de las llamas.
Ayer, desde avenida Providencia podía verse la fachada descascarada de la iglesia. La torre y la mayor parte de los techos se desplomaron. Vigas y tejas quedaron calcinadas, algunas dentro del edificio, otras en los pasajes laterales. Los patios también fueron alcanzados por las llamas, y sus jardines, carbonizados. El noviciado, la nave principal y el pensionado que albergaba a 30 ancianas fueron destruidos.
Los especialistas, en todo caso, creen que es posible la recuperación.
«Pienso que todo aquello que pueda ser restaurado con tecnología contemporánea, sin cambiar en nada la forma, es necesario hacerlo», dice el arquitecto Luis Gómez, quien participó en el reforzamiento estructural de la Iglesia de las Agustinas, tras el terremoto de 1985.
«Todo se puede levantar de nuevo», asegura Raúl Irarrázabal, arquitecto que restauró el Monasterio Benedictino en Rengo.
Gómez plantea que «cada edificio tiene su lenguaje y necesita algún tratamiento propio que lo hace singular». Sobre la conveniencia del adobe -presente en las techumbres de la Iglesia Matriz-, aclara que las mezclas contemporáneas son más confiables. Lo mismo ocurre con la madera: «Hoy existen productos protectores contra el fuego. Tanto el piso como la estructura de la techumbre pueden tratarse, y eso le da a la madera bastante resistencia al fuego».
También para Irarrázabal lo esencial es prevenir: «La construcción debe ser asísmica y tener buenas redes de agua contra incendio, y cortafuegos cada cuarenta metros. Y contar con redes eléctricas bien cuidadas».
Destaca que «los muros de la iglesia deben estar en buen estado, porque soportaron el terremoto. Hay que hacer un proyecto que no sólo sea una reconstrucción. Debe ser un proyecto bien hecho, con planos, estatuas, imágenes. Eso les da confianza a los donantes».
Arquitecta y restauradora Amaya Irarrázaval:
«El Estado debe preocuparse del patrimonio privado»En 1993, la arquitecta Amaya Irarrázaval participó en la restauración de la Iglesia Matriz de las Hermanas de la Providencia. Por ello, sabe que se puede reconstruir. «El ideal es que hubiera planos y en esta iglesia no hay muchos. Yo tengo muchas fotos de todo el trabajo anterior. Estos arquitectos, como Provasoli, tienen muchas obras y hay elementos que repiten. Un dato que no lo sepamos lo podemos recuperar en otra iglesia».
La profesional toma como ejemplo dos ciudades europeas devastadas en la Segunda Guerra Mundial: Varsovia y Dresden, que se restauraron a base de fotografías y cuadros de Canaletto, el pintor italiano. En el caso de la Iglesia Matriz puede darse algo similar: «Tengo entendido que iban muchos estudiantes a dibujar. El ideal es que puedan aportar sus trabajos para hacer una carpeta de elementos y así recuperar el original».
Irarrázaval aclara que esta semana ella y su equipo iban a comenzar un nuevo trabajo en la iglesia, con el objeto de subsanar los daños provocados hace casi un año por el terremoto, que separó los muros del techo, y destruyó cornisas y molduras.
Lo que no tiene solución es la pérdida de objetos. El museo que albergaba las pertenencias de la madre Bernarda Morin -hábitos, libros, la taza donde tomaba desayuno- se «deshizo». «Vi que el órgano se perdió. Estaba en la nave posterior al altar, en el segundo piso. Fue construido por Oreste Carlini, un italiano avecindado en Chile, en la primera década del siglo XX. Era de estética fundamentalmente romántica, medio gótico».
Amaya Irarrázaval cree que este incendio demuestra que la legislación patrimonial debe redefinirse. «El Estado de Chile debe preocuparse del patrimonio que está en manos de privados, tiene que haber legislación. Es el único país que no la tiene. Debe haber una preocupación por cualquier incentivo económico: baja de impuestos, reducción de precio de materiales para restaurar. La gran mayoría del patrimonio de este país está en manos de privados, no del Estado», concluye.