Filatelistas exhiben los sellos de nuestra historia*

Con motivo del Bicentenario, la Sociedad Filatélica de Chile, una de las instituciones culturales más antiguas de nuestro país —fundada en 1889—, prepara una exhibición de sellos postales que abarca desde las primeras emisiones, en 1853, hasta nuestros días.

Patricio Contreras Vásquez

Cada martes, un grupo de casi treinta filatelistas —devotos colectores y estudiosos de sellos postales— se dan cita para sus «almuerzos de camaradería». Los comensales integran la Sociedad Filatélica de Chile, una de las instituciones culturales más antiguas de Chile, y que durante noviembre llevará a cabo la Exhibición Filatélica Chile Bicentenario.

El proyecto para este 2010 era una exhibición que reuniera a todos los países americanos, incluyendo a Portugal y España. Como muchos anhelos, el terremoto cambió las prioridades. «Aprovechando las sinergias de la organización de esta exposición, dijimos ‘hagamos algo más local, más especializado y sin tanta infraestructura», cuenta Martín Urrutia, miembro del directorio de la Sociedad. «Eso nos motivó a mostrar, en la medida de lo posible, las mejores colecciones que existen en el mundo sobre Chile».

La muestra será una oportunidad para ventilar nuestros tesoros postales. «Queremos que haya una suerte de racconto histórico de la producción filatélica de Chile, con motivos temáticos, con desarrollo cronológico, pero reforzándola con las mejores colecciones existentes, con charlas explicativas que van a dar los especialistas en cada tema», agrega Urrutia. Toda esta variedad converge a través de los miembros de la Sociedad, un grupo diverso, nunca homogéneo, ensimismado en el arte de la recolección y aún consagrado, en cierta medida, al romántico rito del intercambio epistolar.

El que envía, paga
El desarrollo del correo en Chile se asocia al nombre de don Ignacio de Olivos, quien a mediados del siglo XVIII organizó un sistema que pronto devino en monopolio de la Corona. Por entonces las cartas se marcaban con un timbre que indicaba el lugar de origen, y con letra manuscrita se zanjaba el costo que el destinatario, si actuaba de buena fe —no siempre ocurría así—, debía pagar.

Era la etapa prefilatélica. La invención del sello postal en Inglaterra, en 1840, modificó este proceso, exigiendo que el emisor pagara por adelantado el envío de su correspondencia. Fue el anticipo, un siglo y medio atrás, de la fórmula comercial que en telefonía se conoce como «el que llama, paga».

La etapa de las primeras emisiones en Chile comenzó con un proyecto de ley presentado por el diputado Fernando Urízar Garfias, en 1848, y se materializó cinco años después, bajo la presidencia de Manuel Montt. La impresión de sellos, hecha en Londres por Perkins, Bacon & Co., marcó el inicio de un monopolio iconográfico —la efigie de Cristóbal Colón— que recién se desmoronaría en 1910, cuando se introdujeron otras imágenes relativas al Centenario.
Colón cumplía con dos requisitos: encarnar simbólicamente un evento histórico insoslayable y estar muerto. El primero es un criterio defendido por los filatelistas para evitar las emisiones especulativas, muchas veces amparadas por regímenes ideologizados, preocupados de perpetuar sus discutidos repertorios simbólicos. El segundo, también defendido por la sociedad, es materia de ley que sólo ha sido vulnerada en dos oportunidades: con un decreto, cuando vino el Papa Juan Pablo II en 1987, y, por mero descuido, con las palabras de Salvador Allende al inaugurar la Unctad III, en 1972.

En 1889, 36 años después de la primera emisión, se creó el Club Filatélico, integrado por ilustres coleccionistas como Ramón Laval y Germán Greve; cuatro años después, se rebautizó como Sociedad Filatélica Santiago hasta que, en 1899, pasó a denominarse como Sociedad Filatélica de Chile. Hoy tiene casi 300 socios —muchos de ellos descendientes de alemanes, país insigne en términos de vocación filatélica—, de los cuales 70 son extranjeros apegados a nuestra producción postal.

La inabarcable diversidad es el patrón común, tanto de los sellos emitidos como de los filatelistas. «En ventas se dice que se vende desde un alfiler hasta una locomotora. La filatelia abarca, con el mismo dicho, desde un alfiler hasta una locomotora, pasando por toda la historia del mundo en todo aspecto», explica Germán Pizarro, miembro del directorio.

Todos fuimos (o somos) coleccionistas
«Para mí, la filatelia y la literatura —dijo en una entrevista el escritor mexicano Heriberto Yépez, autor de la novela «El matasellos» (Sudamericana, 2004)— se disputan el puesto de la actividad que más desperdicia y humilla al papel». Yépez hablaba, vale aclararlo, desde la vereda de la ironía. Aun así resumió un duro juicio que normalmente se eleva hacia los coleccionistas de sellos.

Ellos lo saben y responden con energía. Carlos Atkinson, recolector de sellos chilenos sobre la Antártica, refuerza el discurso de que las nuevas tecnologías están minando el régimen epistolar tradicional. «El joven, a través de internet y del correo electrónico, dispara», dice Atkinson. «Pero el hecho de ser tan fría la letra de una máquina a una letra manuscrita, en la cual tú expresas todo lo que quieres decir, es totalmente diferente. Y es lo que se hacía en mis tiempos, en nuestros tiempos. Lo de ahora es una cosa mecánica; lo de antes era una cosa sentimental».

Si bien la Sociedad ha logrado agrupar a los filatelistas en zonas remotas del país como Punta Arenas, aún tiene tareas pendientes. Martín Urrutia esboza una teoría. «Hay mucho coleccionista que no se manifiesta, incluso por el absurdo temor de pensar que somos tapadores de hoyitos. Desconocen el trasfondo que tiene la filatelia. El coleccionismo tiene una raíz tribal».

—¿Tiene algo de egoísmo?
«Puede ser, como todo coleccionismo. Yo quiero tener lo mejor que hay», confiesa Urrutia.

Germán Pizarro recalca que todos alguna vez fuimos —o aún somos— coleccionistas. De lo que sea: cajas de fósforos, monedas, llaveros. Con sus palabras, además, desestima la aseveración de que los sellos sean papel inútil, como ironizara Heriberto Yépez. Es más: los filatelistas tienen un lema que resume el compromiso y los valores a los cuales han dedicado infancia, adultez y vejez. Es en medio del «almuerzo de camaradería» cuando Ricardo Boizard, entusiasta recolector de sellos sobre los primeros vuelos en Chile, exclama al unísono, como si de un coro se tratara, una frase que Carlos Atkinson suele recalcar: «Filatelia es cultura».

Publicado en «artes y Letras», El Mercurio

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