PCV.— Lazarillo de Tormes, obra de Anónimo, inaugura el género de la picaresca en España. Lázaro de Tormes, su protagonista, encarna la figura del pícaro, estereotipo literario asociado a los ladrones, embusteros y borrachines, y que engloba la persona del marginado de la sociedad: el mundo popular, el bajo mundo, es el ámbito de acción del protagonista.
Esta obra se entiende, además, como una novela de formación, donde Lázaro, joven e inexperto, hambriento y maltratado, se forma a partir de su trato con el mundo. Sus guías son distintos personajes —representantes de la España del siglo XVI— que lo apadrinan, lo adoctrinan y lo malcrían.
Uno de estos amos es el clérigo. Después de haber recibido los abusos del ciego, Lázaro creyó que el clérigo, que conoció en Maqueda, era mejor partido. Pero se equivocaba: «Escapé del trueno para caer en el rayo, pues comparado con este clérigo el ciego era un Alejandro Magno»[i]. Sufrió de hambre pero su astucia le permitió, pese a la actitud inquisidora del clérigo con los roedores, comer de su arcón, sobrevivir y, de paso, recibir una paliza que lo graduó para una siguiente etapa.
Otro amo de Lázaro es el bulero. Este personaje era un falsario de la lengua, que, para vender sus bulas, farfullaba un latín que lo hacía lucir como un «santo Tomás». Asociado con un alguacil, el bulero urde una trama sobre la falsedad de las bulas para, luego, garantizar su utilidad, asegurando que «el demonio sufría gran aflicción a causa de los beneficios que traería a la gente el tomar la bula»[ii]. Con el bulero, Lázaro sufrió, nuevas fatigas y carencias.
Debemos hacer una distinción entre el narrador y el niño-joven Lázaro. Mientras el primero analiza a sus amos en retrospectiva —«el más hábil y desvergonzado vendedor de bulas que jamás vi ni espero ver»[iii]—, el segundo convive persistentemente con ellos, pese a sus tratos vejatorios. Mientras el primero expone la visión de un hombre maduro, curtido por las experiencias —«vi al fin recompensados mis trabajos y fatigas de otros años, consiguiendo lo que pretendía, que era oficio real»[iv]—, el pequeño Lázaro es ingenuo y crédulo, especialmente con el bulero: «no obstante mis cortos años, me cayó muy en gracia»[v].
El narrador es el hombre que ya transitó por su «provechoso camino» y que vive «al servicio de Dios y de vuestra merced»[vi]. El Lázaro adulto es un hombre de honesta vida, distante del actuar de sus antiguos amos: no es «avariento ni mezquino» como el ciego o el clérigo; no es desleal como el escudero ni desvergonzado como el bulero. Aburrido, quizás, de vivir una vida infame honrando a su nombre —pues Lázaro suena a lacerado, herido— por culpa de otros, Lázaro de Tormes describe a sus amos distinto de cómo lo habría hecho el pequeño Lazarillo: él ve, con los años, la ignominia que debió sufrir en su momento, pero hoy, frente a vuestra merced, reconoce y valora estas experiencias, y se proyecta como hombre. El Lázaro adulto ve un porvenir que con sus amos —como niño— jamás habría visto.
[i] Anónimo; Lazarillo de Tormes, (Colombia: Grupo editorial Norma, 2006), p. 25
[ii] Anónimo; op. cit., p. 64
[iii] Anónimo; op. cit., p. 59
[iv] Anónimo; op. cit., p. 67
[v] Anónimo; op. cit., p. 64
[vi] Anónimo; op. cit., p. 67

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