PCV.— El genio de Cervantes produjo el antihéroe literario más perdurable de la literatura castellana. Don Quijote de la Mancha, el caballero de la triste figura, corrompió su cerebro gracias a sus lecturas malditas sobre caballería. Junto a su escudero, Sancho, acometieron y replicaron la travesía épica de un tipo literario ya extinto. Evoquemos el pasaje de los molinos, quizás el más recordado, parodiado y representado de la historia cervantina:
«—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.»
La aventura de los molinos presenta dos visiones del mundo que Cervantes quiere mostrar.
Primero está la visión de Don Quijote, quien cree que lo acechan treinta o cuarenta «desaforados gigantes» con quienes piensa «hacer batalla» pues es «gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra»[i]. Ante los reparos de Sancho, Don Quijote reafirma que su miedoso escudero no tiene credenciales en su mundo, el de la caballería, el universo simbólico que crea Cervantes para insertar a su protagonista. El resto es historia conocida: guiado por Rocinante, Don Quijote es golpeado por el brazo de un gigante, «rodando muy maltrecho por el campo»[ii].
Después tenemos la visión del narrador, que describe el grupo de molinos visto por Don Quijote. Es la mirada fiel a la realidad, avalada por Sancho, quién le pregunta a su caballero de qué gigantes habla, si lo único que ve son molinos cuyos supuestos «brazos largos» son aspas movidas por el viento. Por último, y después de la derrota, alecciona a Don Quijote: «¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?»[iii].
La pregunta de Sancho es esencial para comprender el código mental del protagonista: los «otros tales» de la cabeza de Don Quijote no son nada más que las fantasías caballerescas que digirió a través del exceso de lectura que «le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio»[iv]. Don Quijote, nostálgico y soñador de un espacio que no está, quiere vivir en ese mundo: quiere ser recordado como un caballero de la Mancha, quiere pelear con gigantes llamados Caraculiambro, quiere conseguir ínsulas para su escudero, deshacer entuertos y honrar a su Dulcinea. Lo que Don Quijote quiere es validar toda la creación que realiza en el capítulo I, cuando se reconoce a sí mismo como caballero, identifica a su rocín y elige a su dama. Su mundo, el de fantasía, se opone al mundo español del siglo XVI: el anhelo quijotesco de vivir este ideal sería, pues, una oposición y rechazo al verdadero contexto de Cervantes.
La contradicción entre estas dos visiones de mundo tiene una dinámica clara: Don Quijote, sujeto libre —y sólo limitado por sus locuras—, se lanza a la aventura; Sancho, escudero ignorante, funciona como objeto contenedor; puede ser arrastrado por su caballero y golpear a los frailes-encantadores, o puede prevenirlo de que un molino no es un gigante.
Don Quijote es considerada como la primera novela moderna y está dotada de múltiples perspectivas: Alonso Quijano, devenido en caballero, ve lo que quiere ver, y no precisamente lo que el resto observa. Sus «desiguales batallas» y aventuras son polisémicas: molinos o gigantes, venta o castillo, prostitutas o doncellas, frailes o encantadores. Don Quijote cree, realmente, ser parte de una novela de caballería; Sancho y el narrador creen que Don Quijote está loco. Y esto se plasma claramente en el desastre de los molinos.
[i] Cervantes, Miguel de; Don Quijote de la Mancha (Sao Paulo: Alfaguara, 2004), p. 75
[ii] Cervantes, Miguel de; op. cit., p. 76
[iii] Cervantes, Miguel de; op. cit., p. 76
[iv] Cervantes, Miguel de; op. cit., p. 29