Reseña: «Globalización, desarrollo y democracia», de Manuel Castells

Castells escribe sobre la Globalización en ChilePCV.— El libro Globalización, Desarrollo y Democracia: Chile en el contexto mundial, del catalán Manuel Castells, desarrolla un acabado análisis sobre nuestro país, y su capítulo III se enfoca, particularmente, en el desarrollo económico experimentado en los últimos veinte años.

Castells identifica dos modelos de desarrollo. El primero, nacido al alero del gobierno militar, lo denomina como modelo autoritario liberal excluyente y se caracteriza por marginar a amplios sectores de la población de los beneficios del crecimiento económico y por prohibir la participación política y social de la ciudadanía. El segundo modelo, impuesto con el retorno a la democracia a principios de los años noventa, lo denomina como democrático liberal incluyente. Las diferencias con el modelo anterior marcan un cambio en el rol del Estado, a saber, aplicación de políticas redistributivas con el objeto de beneficiar a la población, actividad política sin censura, fin de restricción a los grupos sociales.

Una vez hecha esta distinción, el autor plantea que el segundo modelo ha sido más eficiente ya que ha generado mejores resultados macroeconómicos, como el crecimiento sostenido del PIB. Sin embargo, Castells se cuestiona si dentro de las condiciones actuales –cambios constantes de la economía globalizada y posible agotamiento de los factores que contribuyeron al crecimiento en los años anteriores– el modelo chileno de desarrollo puede seguir su curso. En forma de interrogante: «¿Es sostenible el modelo chileno de desarrollo?»[1].

Antes de aventurarse a responder esta pregunta, Castells realiza una acuciosa radiografía al modelo de desarrollo impuesto durante los gobiernos de la Concertación, y establece seis reformas impulsadas durante los años noventa que, a su parecer, han cambiado sustancialmente el panorama económico chileno.

Un primer paso se logró con la consolidación democrática, elemento económicamente fundamental, puesto que proporcionó mayor activismo social, niveles de seguridad, confianza y transparencia del sector público inéditos a la fecha. La estabilidad económica se logró con el fin de la dictadura: «desarrollo y democracia son complementarios»[2] señala el autor. A continuación, la apertura económica se afianzó y generó las condiciones para la firma de los Tratados de Libre Comercio durante el mandato de Ricardo Lagos. Otra reforma es la política de superávit en el sector público, sumada a la política antiinflacionista, mediante elevadas tasas de interés, que actuó contrarrestando el incremento del gasto público en salud, vivienda y educación. En esta misma línea, el aumento responsable de salarios mantuvo la credibilidad de la medida antiinflacionista y sirvió como sustento para crear un sistema de relaciones industriales, reformando el Código Laboral. Y, por último, las políticas públicas destinadas a frenar los capitales especulativos a corto plazo, principalmente mediante impuestos.

Todas estas medidas han propiciado un desarrollo económico sostenido, que ha disminuido ostensiblemente los niveles de pobreza e indigencia y ha aumentado la cobertura educacional y el equipamiento del hogar, por nombrar algunas consecuencias positivas. Este desarrollo es derivado, según Castells, «de la productividad y competitividad crecientes de la economía en su conjunto, no del efecto de un sector que tira de los demás»[3]. Es a partir de esto que sugerirá las iniciativas adecuadas que permitirán mantener el crecimiento, aspecto que desarrollaremos más adelante.

Dentro de todo este contexto de una economía sana y dinámica, llegó una pequeña ruptura, no tanto ligada al crecimiento sino que relacionada con el sentimiento de identidad colectiva de los chilenos. Para Castells, la crisis económica de 1999 dejó al descubierto que los chilenos, durante todos estos años de bonanza post-dictadura, se habían apoyado en el único proyecto colectivo con significado social: el desarrollo económico. Era un claro reflejo de que, al parecer, las instituciones aún eran frágiles y el sentimiento político no había recobrado la solidez y significación de antaño. Con el propósito de remediar esta crisis psicológica, el autor propone deseconomizar la problemática de vida colectiva; sólo así se podrán reedificar los cimientos básicos de convivencia y de proyecto, construidos anteriormente sobre pilares de baja estabilidad. No obstante, tal labor solamente se puede llevar a cabo a partir de «una situación de prosperidad relativa y de distribución de esa prosperidad en el conjunto de la población»[4]. Es decir, establecer un círculo de necesidades interdependientes.

Manuel Castells

Como señalamos anteriormente, las medidas efectuadas por los gobiernos de la Concertación aseguraron el crecimiento del país. Pero, ¿qué aspecto técnico varió y contribuyó en esto? Castells, valiéndose de un análisis del Banco Central, cree que este crecimiento vino dado por la productividad y competitividad crecientes de la economía en su conjunto y no del efecto de un solo sector que pujó por todos. El nuestro sería un desarrollo más propio de los modelos intensivos, que combinan mejor los factores de producción, muy característico de las economías informacionales.

Castells cree que el paso que Chile tiene que dar para consolidar su crecimiento es alcanzar un modelo informacional de desarrollo. Y para eso, nuestro país tiene que asegurar la sostenibilidad del modelo actual. Un primer sostén básico es el consenso social, esencial para asegurar el rol distributivo e incluyente del Estado, apoyándose en el esfuerzo presupuestario. Un segundo soporte es el ámbito ecológico: los modelos intensivos de crecimiento requieren de un desarrollo más sustentable, que combine calidad y gestión. Y un tercer pilar es el económico. Acá el autor apuesta por utilizar alta tecnología y sistemas de información avanzados en los distintos sectores de actividad. Todo esto garantizaría la manutención de niveles más altos de crecimiento.

Aun cuando reconoce los avances durante los noventa, más bien de carácter cuantitativo, el atraso de Chile en estas materias es evidente. No hay ninguna estrategia aparente que pueda aplicarse calcadamente, pero los modelos de Finlandia y Sillicon  Valley, en los Estados Unidos, pueden arrojar valiosas lecciones en la transición al modelo informacional.

Un primer elemento a considerar, y sin duda uno de los principales, es la innovación de procesos y productos. Un sistema así requiere, necesariamente, de políticas públicas pendientes del progreso y no del beneficio a corto plazo. Un segundo elemento es la calidad de la educación superior y el trabajo articulado que éstas realicen con las empresas. Y como tercer elemento, muy ligado al anterior, subraya la importancia de los recursos humanos y las condiciones de vida de los trabajadores. Estos y otros mecanismos son, a juicio del autor, extrapolables al contexto chileno y serían la base, el sostén de un modelo informacional de crecimiento sostenido.

Cabe destacar que la innovación es la principal falla del modelo actual ya que «presenta lagunas y deficiencias considerables»[5], no obstante los avances e inversiones impulsadas desde el sector público. Según Castells, nuestro modelo no requiere del desarrollo de tecnologías avanzadas, sino que las actividades de todo tipo necesitan incorporar conocimiento, tecnología, gestión e investigación en sus procesos. Después de todo, concluye el autor, «el modelo informacional es la capacidad social y personal de transformar la creatividad en fuerza productiva que permita a su vez el desarrollo de esa creatividad»[6]; es decir, un modelo anclado al desarrollo cultural y a la creatividad que como sociedad podemos generar.

Manuel Castells plantea propuestas y, al mismo tiempo, desafíos para las políticas públicas del país. En esta línea, y contrario a las voces que claman la inutilidad de compararse con países desarrollados, Chile debe tomar ciertos modelos y patrones que puedan guiarnos de mejor forma. No se trata de disminuirse ante la grandeza, sino que sólo buscar nuevas vías.

En primer lugar, el desarrollo demográfico de nuestro país –y de América Latina en su conjunto– está paulatinamente alcanzando los niveles del viejo continente. En otras palabras, la población está envejeciendo. Y las políticas públicas no pueden desconocer esta variable. De ahí la importancia del censo realizado el 2002, una radiografía no tanto del estado actual sino que del cambio, que permite corregir y evaluar el camino recorrido.

Buscar la mejor forma de apuntar al principal índice que nos aleja del desarrollo –la desigualdad– puede nacer de estos datos. Para tal efecto, no basta sólo con las iniciativas de los poderes ejecutivo y legislativo; es necesaria la voluntad conciliadora del sector privado y el aporte subsidiario que pueda otorgarse a las pequeñas y medianas empresas, concentradoras de la mayoría del empleo en nuestro país.

El tema de la crisis de 1999, que a estas alturas debiera denominarse como crisis económica y psicológica, presenta, a su vez, nuevos rasgos del comportamiento de los individuos: tendencias que se asemejan al bienestar de países desarrollados, pero inseguridades propias del subdesarrollo. La ausencia de estructuras políticas sólidas también afecta la estructura económica en el largo plazo. De ahí la importancia de una institucionalidad democrática que garantice los derechos elementales de las personas. De lo contrario, el resultado es una sensación ambiental de escasa confianza en el sistema político. Y tal efecto puede ser catastrófico en situaciones de depresión social.

El autor alaba las medidas exitosas impulsadas durante todos estos años, pero, en cierto sentido, pareciera buscar despertar conciencias en torno al tema. Sabe que puede llegarse a un punto en que el modelo no rinda más, donde se produzca una verdadera depresión del crecimiento. La explicación del proceso llevado a cabo en Finlandia y Sillicon Valley plantea un desafío: la posibilidad de lograr, con las medidas adecuadas, la transición a un modelo informacional de desarrollo. Este punto es esencial ya que no se trata de una comparación antojadiza; Castells propone que sólo de esta forma se puede mantener la sostenibilidad y el desarrollo constante del modelo actual.

El manejo del crecimiento económico tiene que entenderse como un desafío colectivo. De él depende, en gran parte, el futuro de las capas sociales más marginadas por el progreso continuado desde la década de 1980. Y es el crecimiento económico el factor que tiene que aportar criterios sociales que aseguren, como indica el autor, una sólida trayectoria histórica colectiva. Sector privado y público tienen que trabajar estrechamente en su consolidación. La cultura y la sociedad tienen que hacerse parte de este proceso. De ello depende que el modelo democrático liberal incluyente no pase al olvido y se convierta –como parece estar sucediendo– en un modelo excluyente, ineficiente, sordo y ciego.


[1] Castells, Manuel; Globalización, Desarrollo y Democracia: Chile en el contexto mundial (Santiago : Fondo de Cultura Económica, 2005) p. 82
[2]
Castells, Manuel; op. cit., p. 76
[3]
Castells, Manuel; op. cit., p. 75
[4]
Castells, Manuel; op. cit., p. 81
[5]
Castells, Manuel; op. cit., p. 106
[6]
Castells, Manuel; op. cit., p. 112

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