Las vicisitudes de la crónica, según Leila Guerriero*

La reciente ganadora del Premio Nuevo Periodismo Cemex+FNPI estuvo en Chile, en la Cátedra Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales, para hablar de la lectura, su convivencia personal con el periodismo narrativo y la importancia del punto de vista en el relato.

El auditorio de Vergara 240 se llena con un centenar de almas, y la cronista argentina Leila Guerriero entra y saluda algunos conocidos en medio del insufrible calor corporal. Es la invitada de agosto de la Cátedra Roberto Bolaño, una instancia de diálogo y reflexión que funde «el rigor de la academia con el espíritu crítico y creativo» del escritor fallecido el 2003.

Leila encaja en el perfil de los invitados, pues carece de ese «rigor» universitario —jamás estudió periodismo, como suele recalcar— y encarna el perfil de un alma creativa, una narradora eximia. Es de esa estirpe de cronistas envidiables a los que recurrentemente, según confesión propia, se les interpela para que transiten hacia la vereda de la ficción.

Leila Guerriero (Junín, 1967) escribe actualmente para el diario trasandino La Nación y es editora de la revista colombiana Gatopardo para el cono sur. Ha colaborado en diversos medios como El País Semanal y Vanity Fair de España. El 2005 publicó el libro Los suicidas del fin del mundo (Tusquets Editores) y el año pasado fue el turno de Frutos extraños (Editorial Aguilar), una compilación de sus mejores trabajos.

Leila se apresta a hablar sobre la crónica, ese formato/género movedizo, de dudosa clasificación, de fisonomía incierta. Ya están instalados para escucharla, en primera fila, Raúl Zurita, Mauricio Electorat, Andrés Azócar, Rafael Gumucio. Leila y su cabello azabache se funden en un afectuoso abrazo con Andrea Palet, directora del magíster en edición de la UDP.

La presentación correrá por cuenta del historiador Manuel Vicuña, prolífico investigador y ensayista, hoy conocido, además, por su despliegue de histrionismo en el programa dominical de TVN “Algo habrán hecho”, donde comparte conducción con Francisco Melo. En la Cátedra Bolaño, Manuel Vicuña y Leila Guerriero se hermanan por la prosa cuidadosa y prolija, el primero a través del estudio del pasado —desde el espiritismo hasta las glorias y penurias de Vicuña Mackenna— y la segunda, la protagonista de la jornada, a través de historias diversas, de tipificación imprecisa.

Vicuña dice que Guerriero fue «criada por los lobos del instinto» y comenta que Los suicidas del fin del mundo es su «largometraje», un texto macizo y de extensa duración donde —como en todos sus escritos— la «indulgencia moralizante nunca asoma».

Porque la escritura de Guerriero, «la periodista salvaje» dice Vicuña, suele imponer una voz neutra en su prosa. Como la de John Hersey, autor de Hiroshima (1946), un escrito imparcial sobre la aberración atómica en Japón. Claro que Guerriero dice no haberlo conocido a comienzos de los noventa, cuando se inició en el periodismo al alero de Jorge Lanata. No conocía ni a Hersey ni a John Reed —autor de Diez días que estremecieron al mundo (1919)— ni a Joseph Mitchell —creador de El secreto de Joe Gould (1965)—, un tridente mágico, legítimos ciudadanos de la república de la crónica.

Una república de la que, al menos en Latinoamérica, Guerriero suele dudar, no de su existencia sino que de su aparente riqueza y vitalidad. Tanto en la Cátedra Bolaño como en diálogos con otros periodistas, Guerriero suele argumentar que los dueños de medios y algunos editores han mutilado la pluma de los cronistas, reduciendo paulatinamente los límites de la prosa de no ficción en revistas y suplementos semanales, convirtiendo estos vehículos en émulos de la televisión.

«Me parece que los empresarios de los medios creen en esa especie de cosa de que los lectores ya no leen. Yo no creo eso, me parece que hay una falta de fe en los dueños de los medios. No sé si en los editores. Y eso es difícil de vencer», dijo Leila en una extensa entrevista con el colombiano Juan Miguel Álvarez.

Un punto de vista

La disertación de Guerriero se titula “Periodismo narrativo, maniobras de aproximación y alejamiento” y funciona como un relato en tercera persona, donde «la mujer» —es decir, Leila— se enfrenta a los avatares (cambios, altibajos, problemas) de este oficio. Dice la cronista argentina: «El periodismo narrativo tiene sus reglas, y la principal es que se trata de periodismo. Sinécdoques, metonimias y metáforas no lograrán disimular el hecho que un periodista no sabe de lo que habla, no ha investigado lo suficiente o no encontró un buen punto de vista».

Sus palabras siempre vuelven a los mismos conceptos: el periodismo es bueno o es malo, un cronista es un arquitecto de la prosa y, fundamentalmente, es alguien que tiene algo para decir. Ella no solo edifica una narración adjetivada; también incluye un punto de vista, su voz, aunque algunas veces sea imperceptible, subterránea.

Así sucede con «El rastro en los huesos», la crónica con que Leila Guerriero ganó, hace poco, el Premio Nuevo Periodismo Cemex+FNPI. Es un relato frío —de pasión «necrofílica» como diría Manuel Vicuña—, sobre un grupo de antropólogos forenses argentinos que nació en los años ochenta para identificar a las víctimas de la dictadura y que luego exportó su oficio a otros países donde la desaparición y el dolor familiar confluyen en fosas comunes o tumbas anónimas.

Es una historia de muerte, duelo y cierre, donde los antropólogos —modernos apóstoles de la verdad— dejan de lado familia, tiempo y bienestar para satisfacer la pérdida de aquellas personas que sólo quieren saber el destino de sus seres queridos.

Curioso es que uno de estos especialistas asegure que lo negativo de su trabajo esté fuera de él. «La única parte mala del laburo —le dice Darío Olmo a Guerriero— son los periodistas. Un periodista es una persona que llega al tema y tiene que hacer una especie de curso intensivo, hacer su nota, y es difícil que capte esta complejidad. Me gustaría que, simplemente, no les interese».

Pero a Leila Guerriero le interesa, quizás como a nadie más podría interesarle. Por eso en la Cátedra Bolaño se define como una «burra insistente» que sabe que el periodismo narrativo es un recorte de la vida, que jamás podrá aprehenderla en su totalidad. Que las complejidades son obstáculos, pero pueden franquearse. Y que la principal cualidad de este formato periodístico, pareciera responderle a Darío Olmo con ese tono de voz aletargado, es que «toma el riesgo de la duda» y no se ánima por entregar textos concluyentes en aquellos temas donde la única certeza —tal vez el método Guerriero en su esplendor— es el punto de vista de su autor.

{*Publicado en www.puroperiodismo.cl}

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