Yo solía ser un profesor, como muchas personas, y un día recibí una llamada de Harvard que decía: «¿Le gustaría ser el director de nuestra biblioteca? Me dije a mí mismo: «Aquí hay una oportunidad de hacer una diferencia; de hacer ‘algo’ en vez de escribir libros». Porque la Biblioteca de la Universidad de Harvard es la biblioteca universitaria más grande del mundo. Tenemos cerca de 14 millones de volúmenes.
Mi sensación es cómo podemos usar esta biblioteca como un modo de organizar la sociedad de la información del futuro. Y esa es mi principal ambición al dirigir la Biblioteca de Harvard.
El problema de la «preservación» es algo que acecha a los directores de bibliotecas, y aún no hemos encontrado una respuesta. Estoy muy preocupado por el peligro de perder textos digitales. Porque tenemos hardware y software que quedan obsoletos; tenemos lo que se llama «metadata», información catalogada, que también se vuelve obsoleta; y textos digitales hechos de combinaciones de «unos» y «ceros», y estos «unos» y «ceros» se desenredan. Por lo tanto, no duran.
Los libros impresos en papel sí duran. Cada año se producen más libros impresos. Pronto tendremos un millón de títulos nuevos cada año. Por ello, para mí la idea de que el libro está muerto es absurda.
Sin embargo, considero seriamente el hecho de que los libros electrónicos son la ola del futuro. Si miras la historia de la comunicación, verás que un medio de comunicación no desplaza a otro, sino que viven juntos en una especia de cohabitación que es mutuamente beneficiosa.
Es fácil decir que tenemos que digitalizar nuestra colección de libros. Es muy caro. Google viene a mí y dice: «Nosotros digitalizaremos sus libros gratuitamente. A cambio, tú recibirás lo que se llama una copia digital de biblioteca, y buena suerte. Pero nosotros —Google— podemos hacer lo que queramos con la copia digital. Podemos venderla». Eso significa la comercialización de una colección de libros que ha sido construida con un gran costo desde 1638.
Yo creo que no debería dar a Google todos los libros para que los digitalicen, sino más bien, a cambio, que acepten algo: la democratización del conocimiento. Quiero que todos estos libros estén disponibles libres de costo en cualquier parte del mundo.
Y Google querrá decir: «No, nosotros cobraremos por suscribirse a nuestra base de datos de estos libros». Yo diré: «¿Cuál será el precio?». Y Google dirá: «Nosotros determinaremos el precio. Pero no se preocupe, confíe en nosotros».
Necesitamos garantías, necesitamos condiciones para que la veloz base de datos de Google esté, efectivamente, disponible para el público general. Por lo tanto, me he negado a hacer disponible para Google los libros de Harvard con copyright. Libros de dominio público, ningún problema. Pero libros con copyright, no, no creo que debamos hacer eso. No creo que esta cultura del patrimonio deba ser controlada por una compañía.
Vamos a realizar una conferencia en Harvard y vamos a crear una gran coalición de personas que pagarán y crearán una Biblioteca Nacional Digital, tan grande como la Biblioteca del Congreso. De hecho, será internacional, libre de costos.
Eso puede sonar utópico, pero he encontrado tanto entusiasmo por esta idea que creo que podemos hacerla. Soy un gran creyente en «La República de las Letras» como un mundo internacional del conocimiento, abierta a todos, igualitaria, sin policías, sin fronteras, sin culturas separadas, sino que como un comienzo cultural abierto a todos en el mundo.
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