Fray Camilo Henríquez: anatomía de un clérigo singular

Quienes lo han estudiado aseguran que su principal legado, la «Aurora de Chile», nubló otras facetas de su vida. Camilo Henríquez fue sacerdote de la Buena Muerte, médico y dramaturgo, además de diputado y redactor de siete periódicos de la naciente república. Hace un siglo, el Congreso proyectó un monumento en su honor y recién hoy se cumplirá el anhelo.

En la alborada del Centenario de Chile, el Congreso aprobó un presupuesto de 500 mil pesos para erigir cinco monumentos conmemorativos. Uno de los inmortalizados sería Camilo Henríquez, recordado como el fundador de nuestro primer periódico, la «Aurora de Chile», publicado el 13 de febrero de 1812, día en que se celebra a la prensa nacional.

La iniciativa nunca se ejecutó. A mediados de siglo, Joaquín Edwards Bello criticó la proliferación de las «piedras oratorias» de los congresales, «enterradas con cemento y saliva». Una placa en el Cementerio General de Santiago, un tímido obelisco en el Parque Forestal, y bustos en Valdivia y Valparaíso fueron el resultado de múltiples óbolos y suscripciones populares para recaudar fondos. Pero del gran monumento, nada.

«Hemos sido demasiado indolentes con este personaje», dice Fernando Otayza, abogado, periodista e impulsor de una estatua de Henríquez que será inaugurada en marzo con el patrocinio del Colegio de Periodistas. «Es un personaje permanente, no de coyuntura», acota Abraham Santibáñez, cabeza del gremio periodístico. «Es un muy buen símbolo —agrega— en el sentido de que defendió la libertad de prensa».

El Paseo Bulnes será el sitial destinado para la estatua pendiente. Cien años después de la promulgación de la Ley 2.335 —aquella declaración de la retórica estéril—, el fraile, médico y periodista Camilo Henríquez González tendrá por fin, junto a otros héroes de nuestro panteón histórico, su monumento. El martes 9 de marzo, posiblemente con la presencia de la Presidenta Bachelet, se saldará la deuda.

El ideólogo de la Independencia
Tras el desastre de Rancagua, Mariano Osorio —artífice de la reconquista española en nuestro país— encomendó al franciscano Melchor Martínez para que registrara los recientes sucesos. En su «Memoria histórica sobre la Revolución de Chile», Martínez narró detalles del 13 de febrero de 1812, el día en que circuló el primer periódico impreso en el país (aunque José Toribio Medina supone que fue el 12): «Corrían los hombres por las calles con una ‘Aurora’ en las manos, y deteniendo a cuantos encontraban leían, y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad».

A comienzos de ese año, José Miguel Carrera designó a Camilo Henríquez como redactor de la «Aurora de Chile», una metáfora periodística de la naciente república. Atendiendo esto, Martínez constató las «impías» influencias del fraile, un «secuaz de Voltaire, Rousseau y otros herejes de esta clase», cuya «delincuente conducta» divulgaba «errores políticos y morales», como pensar que la soberanía residía en el pueblo. «Más que un periodista —explica Patricio Bernedo, director del Instituto de Historia de la UC—, Henríquez fue uno de los ideólogos de la Independencia, en el sentido de que planteó un modelo para el nuevo régimen de gobierno que se estaba instaurando».

Fernando Otayza es más enfático: «Yo lo retrato de una sola forma: es el ideólogo de la Independencia». Da un ejemplo: tras una ausencia de 26 años residiendo en Lima, ciudad a la que llegó favorecido por José María Verdugo, tío materno de Carrera, y donde se ordenó sacerdote de la Orden de la Buena Muerte —amén de caer tres veces en las mazmorras de la inquisición limeña—, y luego en Quito, donde se salvó de morir en la matanza del 2 de agosto de 1810, Camilo Henríquez desembarcó en Chile en diciembre de ese año y de inmediato difundió una arenga emancipadora, firmada por Quirino Lemachez, un anagrama, o transposición, de las letras de su nombre. «No es forzoso ser esclavo -propuso Quirino-, pues vive libre una gran nación». Para Otayza, «él fue el primero en hablar de la palabra independencia».

No sólo descolló en la «Aurora». Henríquez participó en, al menos, siete periódicos, incluyendo el primer «Mercurio de Chile», que circuló en 1822 y 1823. Acaparó, así, las efímeras tribunas que nutrían la embrionaria opinión pública, y priorizó reflexiones antes que primicias: la primera «noticia» publicada en la «Aurora», extraída del diario inglés «The Times», tenía cinco meses y diez días de atraso. «Es un periodismo que busca influir; no informar ni lucrar —precisa Bernedo—. Lo que sí busca es generar un modelo, que tiene que ser legítimo frente a la opinión pública, para la élite nacional».

Y fiel a ese modelo, Henríquez defendió con tenacidad algunos principios. Desobedeció a Carrera al negarse a publicar en la «Aurora» un decreto que protegía a la religión de los tentáculos de la prensa —una singularidad del fraile—, y privilegió un extracto del «Aeropagítica» de John Milton, una apología de la libertad de expresión publicada en el siglo XVII. «Eso fue el quiebre entre ambos», asegura Otayza. Como una resonancia del futuro, la acción de Henríquez anticipó a Andrés Bello, quien al instalar la Universidad de Chile, en 1843, aseveraría: «Lo sabéis, señores: todas las verdades se tocan».

Las musas políticas
Aparte de periodista, Camilo Henríquez fue médico —estudió en Argentina durante su exilio, renovando su misión como ministro de los enfermos—, integró los sucesivos congresos y también se interesó en las tablas. En Buenos Aires fundó una «Sociedad del Buen Gusto del Teatro», que apostó por diversificar los repertorios, y también contribuyó con dos obras de evidente intencionalidad política: «La Camila» y «La inocencia en el asilo de las virtudes». «La voz de la filosofía -argumentó- es demasiado árida para muchos; conviene suavizarla con las gracias de las musas».

David Home, autor de «Los huérfanos de la Guerra del Pacífico» (2007), tiene un texto inédito de Henríquez en que analiza su peculiar dimensión de dramaturgo. «La obra —escribe Home sobre «La Camila»— es más que nada un pretexto para poner en boca de los personajes diversas ideas que el propio Henríquez había defendido en otros escritos». Así, la crítica a los peninsulares adquiere matices animales: «Hablas de fieras y serpientes -le dice don José a su mujer, doña Margarita-, y no te acuerdas que has conocido a los mandatarios españoles, y que ellos son para los americanos más feroces que los tigres y que las culebras».

Home, quien cursa un doctorado en historia en la Universidad de Florida, Estados Unidos, también exploró el andamiaje ideológico del religioso. «Me centré en el estudio de sus ideas y particularmente aquellas vinculadas con el republicanismo. Generalmente se le destaca como publicista e ideólogo de la Independencia, pero el estudio de esas ideas y su genealogía ha sido descuidado».

Identificó, en esta línea, la sintonía de Henríquez con los principios republicanos de Estados Unidos, país que logró la alquimia entre política y religión. «Puede decirse que el Cielo se ha declarado a favor del sistema republicano», afirmó Camilo en el «Catecismo de los patriotas» (1813), texto que según Ricardo Donoso —un liberal decimonónico— constituye una «verdadera profesión de fe política, en el que se encuentra toda la filosofía de la revolución».

Culto y utópico
Camilo Henríquez hablaba latín y griego, aprendió francés —leyó e imitó a Voltaire— y podía traducir textos en inglés, encaramándose sobre la media del clero. «Era un hombre extraordinariamente culto», advierte Otayza. «Tiene una importancia tan grande como la de O’Higgins, con la diferencia de que no enfrentó batallas».

Pese a su cultura y lucidez, en el ocaso de su vida —refugiado en Buenos Aires— no gozó del esplendor que vivió en la Patria Vieja . En 1821, O’Higgins lo designó capellán del Ejército y, un año después, lo invitó a participar en la Biblioteca Nacional y en la introducción del método lancasteriano de enseñanza, pero Camilo no tenía recursos para volver. En Argentina renunció a sus trabajos de redactor, pues se le quiso obligar a defender en la «Gaceta Ministerial» lo que había atacado en la revista «Observaciones». «Él prefería la miseria a envilecer su pluma», escribió Miguel Luis Amunátegui en la obra «Galería Nacional» (1854). Un aporte del Director Supremo lo trajo de vuelta, aunque nunca desplegó la vitalidad de antaño.

David Home cree que el rol de redactor de Henríquez oscureció sus otras facetas. «Su cercanía con Carrera le juega una mala pasada en este sentido. Si bien sus escritos son eclécticos, desorganizados y, en ocasiones, utópicos, son un buen reflejo del proceso de búsqueda en el que se encontraban Chile y América».

Fernando Otayza denuncia que, de vuelta en Chile, Henríquez pasó muchas necesidades. «Vivía pobremente, alimentándose mal, y además había quedado con secuelas de su reclusión en las mazmorras de Lima». Amunátegui lo retrató como un hombre de «cara pálida», «flaco de cuerpo» y de «talle poco airoso». Reflejaba, así, al fraile valdiviano, cuya frágil y lánguida fisonomía disimulaba un espíritu robusto. El mismo que este año, el año del Bicentenario, se perpetuará en aquel monumento que durante un siglo se le negó. No escribió en vano el poeta Manuel Magallanes cuando, en 1827, dos años después de la muerte de Henríquez, instó:

«Que no se olvide al inmortal Camilo,
cuya pluma por sabia y peregrina
fue del país la defensa y el asilo
y mereció el renombre de divina».

Frailes del buen morir
Los frailes de la Buena Muerte hoy son conocidos como Ministros de los Enfermos y, también, como Padres Camilianos, en honor de Camilo de Lellis, quien fundó la orden a fines del siglo XVI. El padre Pietro Magliozzi m.i. pertenece a la misma comunidad y desde 2005 colabora en Chile con dos religiosos en el Hospital Parroquial de San Bernardo, auxiliando enfermos.

«Todos los camilianos hacen una preparación teológica y pastoral sanitaria «, explica Magliozzi, médico de la Universidad Sapienza, de Roma. «Después se busca otra especialización que sea útil a los enfermos». Los camilianos, además, reconocen un legado de Camilo Henríquez. «La vida religiosa —dice Magliozzi— va más allá de la oración; puede contribuir, como en su caso, para la libertad de un pueblo».

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